La soledad desespera y si es en la noche porteña aún más. Victoria Chaya Miranda pinta una historia coral para retratar el desamor, la cosificación de la mujer y el destrato de una sociedad que sólo busca el éxito, tomando como eje a protagonistas del mundo del espectáculo. Lola (Esther Goris) es una actriz que supo ser famosa pero que ahora apenas suma un puñado de localidades en un bar de mala muerte. Su refugio son el alcohol y las pastillas, y la generosidad de algún viejo fan. Ana (Guadalupe Docampo) es una bailarina devenida en striper, que cae en la prostitución para complacer a Víctor (Alberto Ajaka), un tipo que dice amarla pero la exprime y la maltrata. Lucio (Francisco Bass) está al frente de un boliche de onda, se codea con actrices de la tele, pero no puede escapar de su desamor hacia su madre y de los excesos con la cocaína. En ese contexto aparece el taxista Mario (Arturo Bonín), quien será una suerte de válvula de escape en busca de darle a la trama un haz de luz en medio de tanta oscuridad. Con buenas actuaciones, la película sortea la tentación de caer en lugares comunes y apuesta a liberar a los personajes de su prisión.