En su última escala (por el momento) de su etapa europea, Woody Allen decidió plasmar Roma a través de cuatro historias independientes que jamás se entrecruzan. Como suele suceder en estos casos, el resultado es dispar, brindándonos una cinta amena pero lejos de lo mejor del neurótico neoyorquino.
Por la Ciudad Eterna se pasea un renombrado arquitecto americano -en la piel de Alec Baldwin- quien revive su época de estudiante e intentará cambiar, sin éxito y en sentido figurado, las malas decisiones que tomó varios años atrás; habrá una pareja de recién casados que se involucrará en una serie de confusos episodios románticos (que permitirá la inclusión de Penélope Cruz en uno de los mejores roles de la película); un nerviosísimo y retirado director de ópera -encarnado por el propio Allen- descubrirá un nuevo talento musical que podría relanzar su carrera; y finalmente, un cincuentón romano sin ninguna cualidad que lo diferencie del resto de las personas pasará a convertirse en celebridad de la noche a la mañana (Roberto Benigni al frente del episodio más aburrido y deslucido de la cinta).