Una nación de monstruos
Sin lugar a dudas pocos cineastas contemporáneos reúnen el conjunto de requisitos necesarios para encarar un proyecto tan enajenado como Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros (Abraham Lincoln: Vampire Hunter, 2012), algo así como una relectura histórica en clave de terror a cargo de Seth Grahame-Smith, un verdadero especialista en novelas sustentadas en conceptos ridículos que terminan convirtiéndose en best sellers. Así las cosas, fue el realizador ruso Timur Bekmambetov quien encabezó la inefable adaptación cinematográfica y definitivamente decidió reincidir en muchos de sus rasgos estilísticos.
Combinando una vez más la violencia extrema en cámara lenta y un tono narrativo relativamente desquiciado, la película continúa el camino trazado por las también bizarras Guardianes de la Noche (Nochnoy Dozor, 2004) y Guardianes del Día (Dnevnoy Dozor, 2006), aunque sin el éxito de aquellas: quizás el principal problema de esta suerte de “propuesta clase B con presupuesto” lo encontramos en la morosidad autista del guión, responsabilidad del propio Grahame-Smith. Mientras que la idea matriz pide a gritos un pulso satírico, el convite en cambio entrega una seriedad hueca que le juega muy en contra.
La trama gira alrededor de la vida del decimosexto presidente norteamericano, siempre trastocando determinados “puntos de quiebre” de su devenir personal y trayectoria política en función de introducir -aquí o allá- a los temibles chupasangres. La primera mitad está centrada en su juventud, la muerte de su madre a manos de un señor con colmillos prominentes, su posterior deseo de venganza y el entrenamiento en el particular menester al que hace referencia el título; la segunda parte salta directamente a su gobierno y la Guerra de Secesión, ofreciendo la hilarante alternativa de un sur esclavista de neto corte vampírico.
Si bien las dos “vocaciones” de Lincoln cuentan con un desarrollo en paralelo bastante convincente para lo que se podría esperar, el opus cae en las mismas torpezas de Se Busca (Wanted, 2008), la anterior aventura hollywoodense de Bekmambetov: así lamentamos la ausencia de salidas cómicas, la insipidez del derrotero dramático, un elenco que no consigue destacarse y ese cúmulo de escenas de acción que no son lo suficientemente gore ni alcanzan los estándares técnicos actuales. Uno termina deduciendo que -ganase quien ganase la Guerra Civil- siempre acabaríamos padeciendo la misma nación de monstruos…