Vladimir Durán es colombiano, pero estudió cine en Buenos Aires (es egresado de la FUC) y esta película es una coproducción con Argentina. Los personajes van apareciendo en la pantalla, extendida horizontalmente en un formato super-panorámico que resulta perfectamente funcional a lo que se narra. En esta imagen apaisada los primeros planos no pueden abarcar los rostros completos, y eso no tiene que ver tanto con el encierro como con un universo cerrado.
En ese universo todo parece normal, la relación entre los hermanos combina amores y odios, momentos de paz y pequeñas rencillas, el interés por lo físico, lo banal, el descubrimiento del sexo, del amor. También hay algunas visitas de familiares y amigos (genial el personaje del colombiano persistente al que nadie parece darle demasiada bola). El pequeño detalle es que la madre de la familia nunca aparece en el plano porque vive encerrada en un cuarto y todos se comunican con ella a través de la puerta o por la ventana que une aquella habitación con un baño.
Gran observación de costumbres y reconstrucción de coreografías familiares con un toque de humor extrañado en el que todos brillan, pero especialmente lo hacen Verónica Llinás y la genial Laila Maltz (figura en la también notable Kékszakállú, de Gastón Solnicki.