El delito ingenuo
La sobrevalorada directora Sofia Coppola convierte una reciente historia real bastante particular en una película soporífera y mal contada, que cae en su típico lugar de ilustración de las desgracias y decadencias de la aristocracia, intentando reafirmar su autoría, que ya quedó trunca hace rato. Lejos están los días de lucidez de Lost in Translation (2003) o la llamativa Marie Antoinette (2006). Ahora la hija de Francis Ford luce repetitiva y falta de ideas, con una pésima dirección de actores y una puesta en escena en piloto automático, intentando ser transgresora pero quedándose en un retrato banal sobre un relato verdadero que arrojaba a la luz la vulnerabilidad de la fama y su mundillo consumista.
Cuando una película basada en una historia real no logra conmover más que lo acontecido mediante el lenguaje cinematográfico y su magia narrativa, y en lugar de eso logra menos efecto que un video en Youtube o las fuentes de información, claramente algo anda mal. El material de archivo del juicio contra el grupo denominado Bling Ring Gang (seis adolescentes que robaron casi 3 millones de dólares en pertenencias de celebridades en Los Angeles), como cámaras de seguridad, entrevistas a los implicados, o incluso el propio artículo de la revista Vanity Fair en el que está inspirado el quinto trabajo de Coppola, tienen muchísimo más impacto dramático que la película en sí.
En la vida real, los seis delincuentes obsesionados con personalidades como Lindsay Lohan, Paris Hilton, Orlando Bloom, Megan Fox, entre otros, lucen como chicos comunes y corrientes, casualmente convertidos a la fama por sus acciones, en una siniestra retroalimentación de ese micro universo.
En Adoro la fama (espantoso título que le puso la distribuidora en vez del sugerente The Bling Ring, nombre que lleva la banda de ladrones), la directora pone en pantalla un montón de caras bonitas que rompen completamente la atmósfera de transgresión, y los hace quedar –tal vez intentando ser neutral, o quién sabe por qué- como simples idiotas cleptómanos serviles a un producto pop divertido.
Si bien el grupo de amigos y amigas no tenían ningún manifiesto ni algún tipo de motivador real más que una extraña condición de idolatría por el estilo y la vida de clase alta, en la película son poco creíbles porque Coppola pierde demasiado tiempo queriendo armar escenas cool, musicalizadas con música de moda y supuestos, en vez de ilustrar más humanamente a sus personajes sin tantos lugares comunes.
La película nunca despega y prefiere quedarse en los detalles más hedonistas y hasta fetichistas en lugar de contar bien un relato policial muy particular y profundo ocurrido hace no más de dos años y que, nuevamente vale insistir, demostró la fragilidad y vulnerabilidad que reviste el universo de la farándula hollywoodense. Por ejemplo, Paris Hilton deja las llaves de su mansión debajo del tapete de entrada, o todos los hogares son fáciles de mapear satelitalmente: todo esto en la película queda reducido a simples datos que funcionan como gags que dan una breve dinámica a la narrativa, pero jamás dichos detalles son tocados con profundidad porque Coppola está demasiado ocupada filmando sexys a las actrices (sobreactuadas todas) y poniendo a todo volumen la música para que haya un aire de libertinaje berreta, incluso tratado desde la ingenuidad.
El cine de Sofía Coppola ya hartó, es más de lo mismo. Y por como viene su filmografía, no parece querer desviarse de ese rumbo intrascendente, en donde la que parece estar obsesionada con el propio mundo banal y farandulero que la rodea es la propia directora.