Si bien es un filme digno, a Agua para elefantes le cuesta sobrellevar la escasa química entre Pattinson y Witherspoon.
Un solo detalle sirve para demostrar lo que Agua para elefantes pudo haber sido, y no fue: Hal Holbrook hace de Robert Pattinson de grande. El prólogo y el epílogo, cuando Jacob, el protagonista, recuerda los hechos, son lo mejor del film, donde se advierte la carga de nostalgia de este melodrama hecho y derecho, adaptación de una reconocida novela de Sara Gruen. Esos momentos son de Holbrook, actor veterano que no ha tenido en cine ni la suerte ni el lugar que merece, y que con su decir, con su mirada profunda, logra darle más dimensiones al “veterinario” Jacob que todo lo que puede hacer Pattinson en las casi dos horas que dura el film. Lo imposible era necesario para que el director Francis Lawrence pudiera darle más relieve a este melodrama mínimo, pero con ambición de clásico moderno: que Holbrook rejuveneciera y se hiciera cargo del personaje en sus años mozos. Usted podrá decir que tenemos algo contra el actor de la saga Crepúsculo. Puede ser, pero su presencia en plano irrita, es dueño de una pose que deja en evidencia la actuación. Entonces, es imposible creerle.
Jacob estudiaba para veterinario y era un pibe ejemplar, pero la tragedia llamó a la puerta: en plena Gran Depresión de los años 1930 queda huérfano y se entrega a la vida de trotamundo, cayendo en un tren que transporta un circo ambulante. Allí terminará ejerciendo como veterinario y conocerá a diferentes personajes, entre ellos a Marlene (Reese Witherspoon) y a su marido, el dueño del circo, el cruel y bipolar presentador August (Christoph Waltz). Obviamente Jacob se enamorará de quien no debe, y el triángulo amoroso tendrá sus aristas trágicas. En primera instancia, lo que llama la atención en el film es que Lawrence, más cercano al cine de acción y fantasía, se haya involucrado con tanta energía en este melodrama que orgullosamente porta su esencia grasa: no hay pudor absoluto, y los conflictos son mostrados con la tonalidad y el registro que el género necesita.
En mucho ayuda a que las cosas sean lo acertadamente desbordantes que deben ser, la actuación de Waltz (igual, alertamos: que haga ya mismo de padre simpático, porque si no Hollywood lo va a terminar relegando al rol de villano repelente, que le sale bien pero puede llegar a agotar), quien imprime en su August toda la violencia y la ambigüedad necesaria, siendo temible a pesar de su aspecto físico mínimo. Sin embargo, es evidente en Lawrence el hecho de que carece de una mirada crítica que pueda releer al género, un poco a la usanza de lo que hacía Baz Luhrmann en Moulin rouge!, o que interprete la carga de nostalgia que la novela de Gruen tiene. No de gusto, aquí el melodrama se da entre recuerdos, es una mirada sobre el pasado, una tonalidad para transmitir la historia. Aunque, definitivamente, lo que no puede sobrellevar Agua para elefantes es la escasa química entre Pattinson y Witherspoon. Si bien el filme no es indigno y se deja ver, un actor con condiciones le hubiera sacado más jugo a su personaje. Así las cosas, Agua para elefantes es una novelita rosa más o menos bien ilustrada, pero insustancial para su potencialidad.