Muchas crisis, poco cine
Un mismo actor (Rafael Spregelburd) interpreta dos papeles en Agua y sal, dirigida por Alejo Taube: por un lado, es un empresario exitoso, por otro un pescador. El empresario, en crisis, viaja con su esposa a Mar del Plata. El pescador, también en crisis, vive en Mar del Plata. El empresario y su mujer están intentando tener un hijo, pero no pueden. El pescador está pensando en casarse con su joven novia, a la cual dejó embarazada.
¿Por qué estos paralelismos? ¿Por qué estas historias?
En algún momento Spregelburd empresario cruzará miradas con el Spregelburd pescador, mientras la pareja pasea por el puerto. Se miran. La cámara muestra que se miran. Y siguen sus caminos. El empresario se va con su mujer; el pescador se embarca en un pesquero para tratar de ganar algo de plata. Las dos crisis se miran y estallan las metáforas.
La acción en Agua y sal se acerca a lo nulo. Lo que importa acá no son las historias -porque de las historias no tenemos casi nada- tenemos apenas las crisis que resultan de esas historias. Lo que importa es en definitiva la crisis misma. Y tampoco termina de importar la crisis en sí, sus tensiones, sus resoluciones. Es tomada en Agua y sal como excusa poética; como momento lírico en sí mismo. No hay resolución porque lo que importa son los planos pictóricos del puerto, la ciudad, los primeros planos, etc.
¿Por qué todas esas miradas profundas al horizonte? ¿Por qué la voz en off tan filosófica? ¿Por qué una voz en off en chino? ¿Por qué tanto plano lírico de océano, olas, infinito y luz? ¿Por qué tanta crisis con estos personajes? No lo terminaremos de entender, pero eso no importa. Lo que importa es que el agua esté turbia para que parezca profunda. Si no se explica nada, es porque es “abierto”. Si no pasa nada es “poético”.
Como ocurre con el agua de mar: no es aconsejable beber de esta película.