Verlos a Stallone y DeNiro de nuevo vestidos de boxeadores es muy fuerte. Dos tipos que solían ser “los duros” que ahora parecen unos vejetes es una estaca al alma. Pero superando ese obstáculo inicial, uno es testigo de cómo logran entre ambos sostener lo que al principio era insostenible.
La cosa es así: Razor (Stallone) y Kid (DeNiro) eran rivales en sus años de boxeadores profesionales tres décadas atrás, cada uno de ellos perdió una sola vez y fue contra el otro. Un día Razor se retiró del boxeo profesional sin dar muchas explicaciones y Kid, furioso, lo odió profundamente por no haberle dado la revancha. Para crear esta situación, la película cuenta con “imágenes de archivo” que son, nada más y nada menos, un poco de Rocky y un poco de Toro Salvaje (a color). Para completar la ecuación: hay un problema de polleras en el medio y es que Kid hace 30 años decidió meterse con la novia de Razor, Sally (una siempre hermosa Kim Basinger).
A medida que avanza el film vemos que son dos viejos que están de últimas, ya sea en lo económico o en lo afectivo y que viven de antiguos rencores y miedo porque nunca más lo superaron. Cuando ambos se encuentran para grabar voces y movimientos para un videojuego y tienen una pelea bastante patética (vestidos de verde y todo) y se viraliza, empiezan a preparar, finalmente, el partido de revancha.
En el trayecto de la peli hay muchísimos guiños a trabajos previos de ambos, y contamos con Alan Arkin como secundario que es impecable. No hay momento de comedia que no se robe ni línea dramática que no te conmueva. Él, junto a DeNiro, logran darle forma a la película sin problemas. Pero lo de Stallone no es menos meritorio. Siempre me sorprendió que alguien que tuviera tan poco talento, supiera explotarse tan bien. Él creó Rocky para sí mismo y este Razor sigue la misma línea. No hay forma de no quererlo.
Peter Segal, el mismo que estuvo detrás de cámara para Locos de Ira y Como si fuera la primera vez, logra manipular al espectador que jura que va a ver una basura, pero a la mitad se engancha con los personajes, se ríe y emociona en cada uno de los momentos y, antes de que se dé cuenta, no sabe por cuál de los dos hinchar en la batalla final.
No les voy a negar que ver a Bob sin remera es muy fuerte porque nada resulta menos intimidatorio, pero las coreografías de boxeo y los efectos sonoros que agregan los golpes después, manejan bastante dignamente el tema. A lo mejor no sea la película más esperada ni la que recuerden mucho tiempo, pero los que crecimos viendo sus pelis en los 80s, salimos con el corazón en la mano y la sonrisa puesta.