Padre sin consuelo busca venganza
Mel Gibson vuelve a su rol de actor como un veterano y solitario policía de Boston
Tras ocho años de ausencia de la pantalla, con más arrugas en la cara, menos ánimo para el humor y cierto aire torturado en la expresión, pero con la misma determinación y la misma frialdad para arriesgarse a cualquier pleito, Mel Gibson eligió para su regreso un personaje que no le es del todo extraño: el de un veterano policía desgarrado por el incomprensible asesinato de su hija y dispuesto a descubrir a los culpables y terminar con ellos. Por supuesto, como todos los vengadores que sobreabundan en las ficciones del cine, haciendo caso omiso de la ley y también, cuando se hace necesario para mantener la tensión, de la verosimilitud.
Gibson es el solitario policía de Boston que recibe la visita de su única hija -egresada del Instituto de Tecnología de Massachusetts y contratada por una empresa dedicada a la investigación nuclear- y apenas tiene tiempo de disfrutar de su compañía. En la propia puerta de casa, padre e hija son sorprendidos por alguien que dispara. La muchacha muere en el acto en lo que parece haber sido un error: hasta la policía cree que se ha tratado de una venganza contra el detective. Pero pese a su desconsuelo, el hombre no está tan convencido de haber sido el destinatario del ataque y hay algunos indicios que avalan esa sospecha: así, emprende su propia investigación rastreando entre quienes frecuentaban a su hija, incluido un novio en pleno brote de paranoia, sus compañeros de trabajo y hasta los dirigentes de la supercustodiada empresa. Todo lo cual lo llevará a internarse en una compleja trama conspirativa en la que caben políticos y policías corruptos, inescrupulosos magnates empresarios y hasta un enigmático agente secreto al que Ray Winstone convierte en el personaje más interesante de la película.
Al filo de la oscuridad es la remake de una miniserie británica (también dirigida por el neozelandés Martin Campbell) que hizo historia en los ochenta y que debió ser adaptada a nuestros tiempos y reducida de las cinco horas originales a los 113 minutos del film. Resultado de la primera operación es la exagerada pintura de los villanos de hoy, que se descubren como tales desde que aparecen (que lo diga Danny Huston); de la segunda, que el drama que en la primera parte seduce con su clima inquietante y ominoso termine convirtiéndose en una historia de venganza más, con un desenlace en el que se sacrifica cualquier rigor. Una pena, aunque esté claro que Campbell sabe cómo entretener.