Las corporaciones del mal
“Al filo de la oscuridad”, con Mel Gibson, es un thriller de gran factura, cuyos pasajes violentos no están por encima de una trama de intrigas.
Se puede dejar para otro momento el tema de la justicia por mano propia, y entonces se abre toda una gama de interesantes cuestiones para tratar en torno al contenido de esta última película de Mel Gibson, Al filo de la oscuridad.
Ante todo, se trata de un thriller de gran factura, violento, sí, pero que durante largos pasajes sostiene la expectativa sobre la base de su trama urdida con muy buenas intrigas.
La tensión es la que transmite el protagonista, un veterano policía que mientras trata de asimilar el duelo por el asesinato de su hija, investiga las causas de este crimen imposible de imaginar y va metiéndose, capa por capa, en un mundo oculto y letal de traición y corrupción.
“¿No están pagando un alto precio los ciudadanos estadounidenses en nombre de la seguridad nacional?”, le pregunta un conductor de TV a un senador durante su programa. Por ahí va uno de los vectores secundarios del guión, y las relaciones entre esta situación y el grado de violencia ciudadana quedan a criterio de un buen sociólogo que pudiera explicarlas. La amenaza nuclear y el tráfico de armas a niveles gubernamentales, yacen a la sombra.
Por otra de las arterias de la historia transitan las preguntas sin respuesta con que cargan el protagonista y algunos personajes, cuestiones existenciales que humanizan y hasta ennoblecen a los personajes, con el riesgo cierto pero a todas luces reprobable de que se pueda simpatizar con sus sanguinarias conductas. “Hay un pasaje de (novelista norteamericano, Francis) Scott Fitzgerald –le dice, palabras más o menos, uno de los sicarios al policía– acerca del hombre que duda entre dos dos ideas pues cree fervientemente en ambas”. “Ahí es donde comienza todo”, le devuelve el personaje de Gibson, abriendo la puerta a otra de las lecturas posibles que tiene este atrapante policial con el que Gibson muestra que sigue estando vigente.