Un bautismo de fuego en loop.
Consideremos por un instante a los sectores más prejuiciosos y ensimismados de la crítica y el público, esos que suelen moldear sus expectativas ante el proyecto ocasional en función de los dos o tres opus que recuerdan del responsable máximo de turno, como si no existiesen ejes diacrónicos y sincrónicos para sopesar y como si el “copiarse a sí mismo” fuese la única opción posible al momento de la creación artística/ industrial. Mientras que los realizadores arrastran el fantasma del “autor” sobre sus espaldas y la repetición puede llegar a ser un rasgo de estilo con una mayor o menor preponderancia, los actores en cambio respetan el proceder del “trabajador asalariado”, por lo cual a nivel profesional casi siempre privilegian el componente original frente a la seguridad que brinda el autoplagio.
Prosiguiendo con esta línea de análisis, debemos obviar la innegable inteligencia comercial de Tom Cruise (guste o no, desde comienzos de su carrera ha logrado imponerse como una gigantesca máquina de facturar, característica que lleva cuatro largas décadas sin modificaciones) y un histrionismo que nunca llegó a deslumbrar (su talento interpretativo siempre fue más bien escueto y los años simplemente le han dado un oficio manifiesto). ¿En qué medida Al Filo del Mañana (Edge of Tomorrow, 2014) es un vehículo para el cincuentón? Chequeando estética y proporciones varias de los afiches de sus últimas obras tendremos una pista clara al respecto, incluida la excelente Oblivion (2013), pero a decir verdad nunca conoceremos el grado de libertad que el señor suele conceder a “su equipo”.
Ahora bien, luego de ingerir y escupir inmediatamente ese paupérrimo “sentido común” cinematográfico, sólo queda en pie la película en sí, el centro autónomo del que nadie debería apartarse a la hora de juzgar a conciencia un producto de esta índole. La premisa básica reproduce la estructura del “eterno retorno” nietzscheano aunque en esta oportunidad vaciado de contenido y aplicado a la muy de moda ciencia ficción de “invasión alienígena”. Aquí Cruise personifica al Mayor William Cage, una especie de relacionista público intra Fuerzas Armadas, algo así como un mandamás -en lo que a campañas de reclutamiento se refiere- al que el recio General Brigham (Brendan Gleeson) asigna para encabezar la “avanzada definitiva” contra unas alimañas de múltiples tentáculos y velocidad sin igual.
Gracias a la poca predisposición para el combate de Cage, Brigham rápidamente lo declara desertor y lo envía sin más al frente de batalla, donde muere con la sangre de uno de los enemigos cubriendo su rostro y sin mucha dignidad que digamos. De hecho, ese será el disparador para un bautismo de fuego en loop que implicará no sólo un cúmulo de resucitaciones traumáticas sino también el descubrir la dialéctica/ funcionamiento de la situación, los pormenores de un conflicto cósmico que se intuye perdido de antemano y el desentrañar qué papel juega Rita Vrataski (Emily Blunt), una heroína de la contienda que guarda la clave para el destino de Cage y todos los involucrados en esta jornada que comienza militarista/ chauvinista y luego se vuelca hacia un relativismo de corte humanista.
Vale aclarar que la sencillez de la propuesta es francamente abrumadora, ya que en esencia hablamos de una mixtura en extremo convincente entre Hechizo del Tiempo (Groundhog Day, 1993) y 8 Minutos antes de Morir (Source Code, 2011), dos joyas indelebles del subgénero “maldiciones temporales”. La dirección de Doug Liman es prolija y en el guión se nota la mano maestra de Christopher McQuarrie, sobre todo en los toques recurrentes de humor negro, un verosímil cauteloso y una extraordinaria administración de la tensión dramática que sabe cuando bajar las revoluciones narrativas. El film aúna la épica personal del protagonista con la coyuntural de una destrucción inminente, construyendo en el trajín un ejercicio maravilloso en coherencia procedimental y entretenimiento para las masas…