Tres días en la vida de “Alanis”.
“La vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir.”
Gabriel García Márquez
La mala hora – 1962
Desde el comienzo, mientras observamos impávidos, la desnudez de Alanis en el baño, podemos argüir hacia donde discurre el relato. Sentada en el inodoro, frega ausente la grifería, es un momento íntimo, solitario y la cámara lo revela como si documentara la acción. No hay erotismo sugerido, solo un cuerpo. Propone una mirada distante, casi clínica de la acción y de la mujer. Será para nosotros los espectadores, la exploración de ese sujeto cotidiano y sus reveses, sin mediar más que una cámara que no espía, observa.
Alanis alquila un departamento junto a otra mujer, en él ejercen su oficio y a la vez es un hogar donde cría su hijo. A causa de una redada ellas quedarán en el desamparo, con su compañera en la cárcel y ella en la calle. Entonces comenzará el derrotero de la joven en busca de su lugar y no es un viaje iniciático o de transición, es pura y dura búsqueda de un sitio donde dormir, en el que vivir.
Es el increíble trabajo de la directora Anahí Berneri que nos invita a atestiguar los sucesos con esa distancia que no juzga, solo expone. Y es la excelente performance de Sofía Gala la que genera que esa mujer se acerque a nosotros a través de una construcción acertada donde el gesto mínimo devela su pensamiento. No hay en Alanis nada que la asuste, no hay quien la intimide y solo se advierte fragilidad cuando menos lo esperamos, cuando falsea un goce inexistente, como en esa poderosa escena del telo.
Esta es una historia mínima, que transcurre en poco tiempo, no más de un par de días pero que atraviesa sin problemas una inmensidad de la calle, la urgencia, el desamparo. Es una mirada a la intimidad de ese otro femenino, el puro y duro estado de ser mujer, madre y puta. Lejos de sacralizar y moralizar la directora nos enfrenta con una realidad sin adornos, sin sobornos. Alanis es un retrato sincero, de preciosa y esmerada construcción que se apoya tanto en la solvencia actoral de Sofía Gala, como en la minuciosa puesta de esa cámara que no se despega de ella.