De regreso a casa
A diferencia de otros subgéneros del relato de aventuras más clásico, como por ejemplo los westerns, las epopeyas bíblicas, los cuentos de piratas o los films basados en mitologías antiguas, las películas centradas en la versión primordial del hombre tuvieron un desarrollo bastante errático en la historia del cine, con un claro despegue definitivo del rubro durante la década del 60 a la par del comienzo del declive de las religiones tradicionales (esto también tiene que ver con el prolongado proceso de semi aceptación masiva -a lo largo de todo el Siglo XX, por parte de la derecha inquisitoria católica y sus discípulos- de ese detalle evolucionista de que descendemos de los simios). El séptimo arte siempre trató el tema con algo de solfa, como si supiera que al crear una narración alrededor de nuestros antepasados saltase muy a la vista lo impresentable e inútil que es el ser humano de por sí y mucho más insertado en un entorno natural real, lejos de la artificialidad idiota moderna.
Así las cosas, y siempre coqueteando con la fantasía más delirante y/ o una catarata de diversos anacronismos que ni vale la pena mencionarlos, dentro del enclave en cuestión tenemos la vertiente explícitamente cómica en sintonía con El Cavernícola (Caveman, 1981) y Año Uno (Year One, 2009), la “seria” que apunta a un retrato más o menos verídico símil La Guerra del Fuego (La Guerre du Feu, 1981) y Ao, le Dernier Néandertal (2010), y finalmente el cocoliche hollywoodense que tira por la borda cualquier objetivo que no sea el entretenimiento light como la digna El Clan del Oso Cavernario (The Clan of the Cave Bear, 1986) y la aparatosa y hueca 10,000 BC (2008). Ahora es el turno de Alfa (Alpha, 2018) y la verdad es que la cosa no va mucho más allá en términos cualitativos porque este opus de Albert Hughes es otro cuento rimbombante de separación y reencuentro en tiempos prehistóricos que cae en todos los latiguillos habituales del subgénero y el cine en general.
En esta oportunidad el protagonista, el adolescente Keda (Kodi Smit-McPhee), es dado por muerto por su tribu luego de que -en el contexto de una expedición de caza- un bisonte estepario se lo llevase puesto y el muchacho terminase lejos del resto de sus compañeros. Tiempo después de que los suyos se marchasen convencidos del óbito, el joven despierta y decide emprender el extenso viaje de regreso a su hogar, algo mucho machucado. La “gran” novedad que ofrece la película pasa por el pretendido retrato del primer acercamiento del hombre primitivo con el perro, el que sería su amigo fiel de allí en más, a través de un lobo con el que se topa Keda en su periplo: a pesar de que el animal ataca al torpe y agresivo púber, eventualmente se forma un vínculo entre ambos en su derrotero por un paisaje nevado lleno de peligros. Hughes, conocido por haber dirigido junto a su hermano Allen Dead Presidents (1995), Desde el Infierno (From Hell, 2001) y El Libro de los Secretos (The Book of Eli, 2010), se sumerge en la redundancia actual más automática y olvidable.
La propuesta arrastra demasiados problemas tanto intra relato como fuera de él: cuenta con un prólogo larguísimo e innecesario sobre el anodino protagonista y su parentela, incluido su padre que -por supuesto- es el líder de la tribu de turno (nunca falta el tufo aristocrático), el metraje está repleto de CGIs que tendrían que haber evitado las barrabasadas del mainstream del pasado aunque se sabe que la producción de Alfa mató a cinco bisontes americanos durante el rodaje (la obsesión con la animación símil plástico/ maniquíes del formato digital ni siquiera sirve para ahorrarnos el maltrato animal, cortesía de la falta de respeto a la vida por parte de los plutócratas), el ritmo narrativo es en ocasiones realmente soporífero (los clichés se suceden uno tras otro), y ni hablar de la contradicción ideológica de fondo en torno al “cariño” del hombre por la naturaleza -simbolizada en el lobo- y el detalle de que todos los actores tienen el típico look de carilindos contemporáneos (más allá del episodio de los bisontes, el cual anula toda pretensión “eco friendly”, el Hollywood de hoy en día no puede renunciar a la higiene general ni siquiera cuando se propone retratar la rusticidad de tiempos remotos). La bella fotografía de Martin Gschlacht no nos salva de otro viaje deslucido, vacuo y moralmente condenable que no agrega nada a los films de aventuras y tampoco se las ingenia para ejecutar con gracia premisas retóricas añejas…