"Algo celosa" tiene pronósticos para ser una de esas comedias que desde lo agrio de algunas verdades sacuden al espectador, primero con el chiste fácil y luego con una compleja reflexión. Pero irremediablemente y a medida que se suceden las situaciones, el filme cae en lo obvio y convierte a la exquisita Karin Viard, en el superlativo rol de Nathalie P�cheux, en una protagonista que hace lo imposible para que nada se desplome. Y aunque no lo logra, ella sale inmune, perfumada, y vale por toda la película.
Inmutable, con cara de piedra, en su ácida e inestable verborragia, Nathalie le vomita a su mejor amiga: "Mi psicólogo dice que estoy en una etapa de tránsito, pero tú no lo puedes entender porque eres feliz y tu hija es fea". Con semejante ecuación mental entendemos que la protagonista, una profesora de francés separada y perdida en su norte, envidia todo a su alrededor. Y parece dispuesta a hacerle la vida imposible a su ex marido, quien logró rehacer su vida sentimental con una mujer diametralmente opuesta a ella; desestabilizar la tranquilidad de su hija Mathilde (Dara Tombroff), una bella bailarina de apenas dieciocho años que ya siente el amor en su novio Félix; y perturbar a su amiga, colegas, vecinos y hasta a su nuevo pretendiente. Toda una bola de irascibilidad que frena cuando conoce a una anónima confidente, una anciana que coincide con ella en el club de natación al que va por las tardes, porque -según su matemática existencial- "necesita lavar las heridas de su cuerpo".
APENAS UNA MUECA
Hasta aquí, salvo la envidia a su hija, todo visto. Una antihéroe que deambula por su día a día a los tumbos, hasta que un cimbronazo la hace recapitular en sus relaciones y decisiones.
Con muy poco humor -aunque inentendiblemente se presenta como una comedia-, pasajes de verdadero drama y baches argumentales que alimentan ese prejuicio de que el cine francés es lento, "Algo celosa", de los hermanos David y Stéphane Foenkinos ("La delicadeza", 2011), es un filme a priori pretencioso que queda en la mueca y que una vez terminado, uno lo resetea rápidamente.
Sólo perduran la actuación de Karin Viard (la misma de "Delicatessen" y otras cincuenta películas) y la banda de sonido (música original de Paul-Marie Barbier y Julien Grunberg y versiones de John Coltrane), que es un mimo al oído, entre lo predecible de un guion que nos lleva a un puerto muchas veces visitado.