Viaje desde Agapito hasta el tango.
A simple vista, podrá pensarse en un error ortográfico imperdonable, pero todo aquel que conozca un poco la historia reciente del comic argentino –en particular el producido en el período dorado que va desde mediados de los 80 a comienzos de los 90– reconocerá en el título de Algo Fayó el apellido de uno de sus hacedores más originales. Ligado a la primera etapa de la revista Fierro y generacionalmente vinculado a otras figuras como Podeti y Max Cachimba, Pablo Fayó comenzó publicando en el suplemento Óxido una tira de nombre inolvidable, El perro chupamedias, concentrando sus esfuerzos como dibujante durante los años siguientes en sagas como las de Shotaro, Pamela y el extraterrestre (de próxima publicación en libro) y su creación más famosa, ese imbécil de sonrisa eterna llamado Agapito. De todo eso y de su salida intempestiva del mundo del dibujo, del refugio actual en el tango –berretín, pero también modo de subsistencia a la gorra–, y de los intentos de amigos y familiares de recuperar los originales de su obra habla el documental dirigido por García Isler.
“Dibujando es Gardel. Pero cantando tangos definitivamente no lo es”, afirma el dibujante Diego Parés, obsesionado con recuperar las fuentes primigenias de Pamela y el extraterrestre. Rodado en confianza a lo largo de casi un año (García Isler es amigo de Fayó, dato nada menor al considerar el acceso a la intimidad) y con la imprescindible participación de amistades, colegas, editores, su ex mujer y su hija, Algo Fayó no intenta desenmarañar el enigma detrás del retiro voluntario de aquello para lo que parecía estar predestinado. “Hay una concepción del arte que escucho muy seguido y es que uno tiene mucha responsabilidad. La idea de que si uno tiene un determinado don o capacidad debe ejercerla porque es una especie de responsabilidad que se tiene con el universo. Algo con lo que discrepo. Bah, ni llego a discrepar. No entiendo, no sé de qué hablan”. En esa frase, registrada en la terraza de la pensión de La Paternal donde vive, se resume parcialmente el pensamiento de Fayó respecto del talento y qué se puede hacer con él.
Bohemio en el sentido más tradicional y tanguero del término, su ética circula en sentido contrario al desarrollo personal en tanto potencial artístico, humano y económico a ser explotado hasta el límite de sus posibilidades. Esa lógica parece ser su anti–norte y es una buena elección de la película no concentrar excesivamente la atención en la obra (que, sin embargo, está presente en la descripción de sus colegas y en pantalla, con varias viñetas haciendo las veces de separadores) sino en la vida, respetando posiblemente los deseos del propio Fayó a la hora de ser retratado. De esa manera, el documental va más allá del posible interés del conocedor o el neófito para transformarse en el registro cotidiano de un artista que ha elegido el camino del artesano, del amateur incluso.
Un paseo por Vicente López, tierra de la infancia, y la visita al hogar paterno permiten, en los últimos tramos, una caza del tesoro con final feliz: una caja enorme llena de dibujos originales, punto de partida para una futura publicación . Las caras de felicidad de Podeti y Parés desentonan con la expresión de Fayó: “No me pone muy feliz que aparezcan cosas viejas”. Sobre el final, una rendición de “Yira Yira” en el bar de Almagro donde suele cantar, acompañado con su guitarra, vuelve a contrastar al Fayó de hoy con el de ayer. Que tal vez sea el mismo, aunque se quiera pensar otra cosa.