Lindon protagoniza un drama de Stéphane Brizé que al principio parece que va a ser sobre su re adaptación, tras salir de la cárcel, al mundo real. Pero no, lo principal radica en otro lado, en su casa, en la casa de su madre, en la convivencia entre estas dos personas que se quieren pero que no pueden pasar tanto tiempo juntos, no pueden demostrarse afecto,son fríos.
Pero mientras él sólo logra ver a su madre como una especie de estorbo, no nota que a ella le sucede algo más, algo que calla, que se guarda para ella. Y es algo que él descubre de casualidad: una enfermedad terminal.
Ninguno de los dos sabe cómo afrontar un futuro irremediable. Ella sólo sabe cómo no quiere hacerlo. No quiere ser un vegetal. Y es por eso que se informa y termina decidiendo que va a morir con dignidad, en otro país, en Suiza, porque en este no es legal. Ni su hijo ni su doctora están de acuerdos con semejante decisión pero nadie va a impedirlo, sino que deciden acompañarla en su decisión, al fin y al cabo es la única que tiene derecho a hacerlo. Y es en estos momentos en que Alain (Lindon) comienza a acercarse a su madre, sin palabras, probablemente de un modo en que nunca antes lo había hecho.
En el medio conoce a una mujer, interpretada por la siempre bella Emmanuelle Seigner, pero así como él no sabe cómo lidiar con su madre, tampoco sabe cómo llevar adelante una relación, y termina tratándola de una manera que ella no se merece.
El film es un drama duro, y trata este tema de la eutanasia de manera delicada, elegante, sin ponerse ni a favor ni en contra, pero sí mostrando lo difícil que es. Difícil para el hijo que no quiere ver a su madre morir, pero también difícil para la persona que decide hacerlo, que después de estar tanto tiempo firme, estalla en llanto y miedo.
Dolorosa es la experiencia pero indudablemente recomendable. Un film que no puede dejar indiferente a su audiencia y que no debería pasar desapercibido por la profundidad de su tratamiento.