A pesar de todos los contratiempos que suelen acarrearle sus travesuras, Dave ha planeado una temporada de vacaciones con Alvin y las ardillas y se las lleva consigo en un lujoso crucero. Los motivos de su conducta son inciertos, aunque está claro que la franquicia tan largamente explotada en televisión y cine sigue siendo rendidora gracias a la fidelidad de los más chicos y no hay por qué abandonarla. Es una lástima que sus responsables no se hayan esforzado un poco más para proponerle a un público tan devoto un producto algo más elaborado, por lo menos en términos de guión.
Ya se sabe que las pillerías del incontenible Alvin no van a conducir a nada bueno, y aquí sucede lo mismo: empiezan aun antes de que el grupo canoro haya logrado embarcarse en el imponente navío y no se interrumpen salvo para los consabidos números musicales que se amontonarán en la primera parte y concluirán casi al mismo tiempo que el film mismo con un espectacular show en un festival internacional. Pero para llegar a eso, los viajeros (a los que se añade el "villano" ex representante de los artistas, en este caso con el aspecto de un pelícano gordinflón) pasarán por algunas aventuras inesperadas, la mayoría de las cuales tendrán por escenario una isla desierta (o casi: porque en ella habita una enloquecida cazafortunas). Cómo van a parar ahí (divididos en dos grupos: por un lado, las ardillas; por otro, Dave y su eterno rival) y qué hacen para escapar de la furia de un volcán que seguramente entra en erupción sólo para ahuyentar visitantes molestos es lo que narra la escueta historia (de algún modo hay que llamarla).
Hay bastante vértigo, poco humor, imaginación escasa: este tercer capítulo no pasará a la historia del entretenimiento infantil, pero los más chicos la siguen con atención.