Mucho ruido y ricas nueces
Alguien en la red escribió dos cosas muy acertadas sobre esta película. Una -y esto alcanza a las dos anteriores producciones de la saga-, que su estilo se parece al de los tradicionales cartoons (series de dibujos animados, aquí en Argentina) de las décadas de 1960, 1970 y 1980. Es verdad. Al transformarse aquellas tiras con el paso de los años, uno de los cambios fue que dejaron de ser conjuntos de episodios, para convertirse en historias contadas con imágenes (y computadoras), pero trabajadas a la manera de los cuentos o las novelas.
Podemos notar esa variación en Buscando a Nemo, La era del hielo, Toy story, o Kung Fu Panda, en las que incluso los temas (el amor de padres a hijos, la amistad, el valor) se corresponden más a los de la literatura que a los de la niñez más ingenua de hace tres o cuatro décadas atrás.
El segundo apunte extraído es que a Alvin y las ardillas 3 le falta un poco de corazón. También es un poco cierto. Pero el enorme contrapeso es que su desarrollo está fogoneado por abundantes chascarrillos, números musicales, la simpatía de los personajes y las ocurrencias de los guionistas, que terminan siendo lo más importante para pasar bien el rato.
La aventura comienza al pie de un crucero donde Dave, Alvin y sus amigos aguardan para comenzar a disfrutar de unas vacaciones. Claro que las traviesas ardillas no consiguen cuidar su conducta encima de la nave, y allí comienzan los dolores de cabeza para su dueño, los cuales definitivamente empeoran cuando los roedores son izados por un barrilete y van a parar a una isla salvaje y fantástica, borrada de los mapas, donde la selva los sofoca, peligrosas criaturas los acosan, y un volcán amenaza con asarlos en su lava.