Sobre afrodisíacos adolescentes
Guste o no, franquicias como la que hoy nos ocupa generan entre el público y la crítica reacciones un tanto desmesuradas que dicen más de los que formulan el juicio que de la obra en sí, apenas otro producto más orientado al ejército de fans ya captados (a quienes por cierto les importa un bledo las apreciaciones casuales del resto). Así las cosas, la primera parte del desenlace propiamente dicho de Crepúsculo se ubica en un nivel intermedio entre la mediocre Luna Nueva (The Twilight Saga: New Moon, 2009) y el eslabón anterior, Eclipse (The Twilight Saga: Eclipse, 2010), sin dudas la mejor de todas.
De hecho, la película es tan austera en su estructura que nos remite a la original del 2008: más que de “historia” tendríamos que hablar de un “planteo” debido a que prácticamente no hay desarrollo alguno, estamos ante una típica aproximación intuitiva basada en personajes inamovibles y una idea -muy esquemática- que ya había sido adelantada en el trailer. El eterno melodrama ahora nos presenta el casamiento de Bella (Kristen Stewart) y Edward (Robert Pattinson), siempre con Jacob (Taylor Lautner) como tercero en discordia, el embarazo de la “señora” y los conflictos que el híbrido humano/ vampiro trae aparejados.
Estaba cantado desde el inicio que esta primera mitad iba a privilegiar los vaivenes sexuales del matrimonio y el enfrentamiento con los licántropos, en relación a una amenaza general por la supuesta incapacidad de controlarse del pequeño, mientras que el segundo capítulo hará lo propio con los Volturi y definirá el destino del triángulo amoroso. Amanecer - Parte 1 (The Twilight Saga: Breaking Dawn - Part 1, 2011) reincide en el montaje de video clip romántico, los rostros de hielo, las escenas súper dialogadas, el tono rosa, los chispazos de humor, la acción con cuentagotas, las subtramas huecas y los arranques de furia hormonal.
Resulta evidente que tuvieron que editar la secuencia de la “luna de miel” para complacer a la MPAA y conseguir un PG-13, situación que transforma algo insípido en algo totalmente bizarro (Stephenie Meyer, una devota cristiana, de seguro se sentirá orgullosa de que no se vea nada más allá de una cama rota, unos besitos aislados y un par de partidas de ajedrez posteriores). Una vez más el guión de Melissa Rosenberg aporta coherencia y evita el ridículo aunque lamentablemente el realizador Bill Condon no se las ingenia para mejorar el nivel de las actuaciones del elenco, estancado en la falta de novedades significativas.
Al fin y al cabo el devenir de la saga se sustenta en la decisión de Bella de convertirse en una chupasangre para poder acostarse con Edward, ambos al igual que los gatos no saben si saldrán vivos de cada revolcón: el vampirismo, como el mismo film para con sus fieles seguidores, funciona como una especie de afrodisíaco adolescente con tendencia a legitimar una exploración idílica del período. Lejos de desastres mayúsculos como las Narnia o las Harry Potter, propuestas impersonales sin la más mínima identidad, aquí la narración está encausada hacia el masoquismo sensible y cumple sus objetivos con eficacia y esmero…