Somos una familia feliz…
Si existe algo que no se le puede achacar a la saga Crepúsculo es la vacilación en lo que respecta a su presentación formal y/ o la falta de coherencia: cada uno de los eslabones ha recorrido a conciencia el camino de la frialdad adolescente/ folletinesca/ melodramática sin profundizar en el desarrollo de personajes más allá de las salidas cómicas ocasionales, la andanada lacrimógena y los escasos arrebatos de efusividad bélica, esos que sin demasiada convicción intentaron ganarse a los hombres. Las señoras y señoritas siempre encontraron “algo” que apreciar o con lo que identificarse, ya sea el exceso de maquillaje de Robert Pattinson, los pectorales de Taylor Lautner o el cutis imperturbable de Kristen Stewart.
Como era de esperar tratándose de una franquicia que supo imponer “marcas registradas” fácilmente reconocibles por el público, Amanecer - Parte 2 (The Twilight Saga: Breaking Dawn - Part 2, 2012) constituye un desenlace eficaz que conserva la idiosincrasia intacta, garantía de fanáticos satisfechos. Si bien uno esperaba que por fin el guión de Melissa Rosenberg elevara su intensidad y con ella mejorara el desempeño del elenco, muy rápido la ilusión se revela como tal y así reaparece la estructura edulcorada de siempre vinculada al corazón, la fantasía mitológica, el existencialismo new age y los relatos de iniciación (la excepción sigue siendo Billy Burke, quien encarna a Charlie, el padre de la protagonista).
Cerrada por vetusta e inconducente la polémica sobre la torpeza narrativa y/ o levedad general del convite, la historia nos ofrece una vez más una primera hora de tono rosa y una segunda mitad relativamente más aguerrida. En lo referido a la trama concreta, la verdad es que hay poco para comentar que no se deduzca del derrotero acumulado hasta el momento: mientras que Bella (Stewart) se está “acomodando” sin grandes inconvenientes a sus consabidas necesidades como inmortal adicta a la sangre, la hija que tuvo con Edward (Pattinson), bautizada Renesmee, desencadena un nuevo conflicto con los Volturi debido a la incertidumbre de su carácter híbrido y la prohibición tácita de crear “niños vampiros”.
Quizás la mayor novedad pasa por la bizarra resolución del triangulo amoroso, sin dudas la fuerza motriz del devenir comercial: respetando el cristianismo fundamentalista de Stephenie Meyer, hoy Bella y Edward se igualan en términos de “casta” y Jacob (Lautner) “se imprime” en Renesmee en lo que puede ser leído como un proceso de uniformización un tanto morboso pero definitivamente aséptico. Mención aparte merece el “chiste final” que involucra a la esperada batalla con los Volturi, sustentada en superpoderes símil X-Men, muertes abruptas de personajes centrales y muchas decapitaciones estilo maniquí. Más allá de la frustración subjetiva producto de esta catarsis incompleta, bien podríamos parafrasear aquel disco de covers de canciones de los Ramones y afirmar que el film nos regala una moraleja inofensiva que concluye con un “ahora sí, somos una familia feliz…”.