Bart Freundlich (Parejas, Atrapénlos) nos trae en esta oportunidad una comedia romántica sobre una mujer que se acaba de divorciar (Zeta-Jones) y reacomodando a su vida conoce a un joven (Bartha) que primero será el niñero de sus hijos para luego convertirse en su pareja. Si bien la sinopsis no destila originalidad, el relato es llevadero y ameno.
La verdad no hay mucho que analizar en el film, en general es bastante redondito, principalmente debido a que no tiene pretensiones, sino que encuentra bien el lugar al que este tipo de películas pertenece, y dentro de ese lugar logra sacar algunas sonrisas al espectador. Lo mejor es el juego que hay entre la ingenuidad y madurez, entre los personajes y desde el guión, no por los diálogos, sino porque hay momentos en donde el juego traspasa a los personajes y se vuelve parte de la estructura del film, lo cual es más de lo que el espectador promedio espera de una comedia romántica simplista.
Por otro lado la falta de frescura en la historia repercute en el final, no hay sorpresas, es previsible, y eso le resta emoción, la misma que en otros momentos logra construir con éxito, en gran parte debido a Catherine Zeta-Jones, que, como de costumbre, está hermosa, y a su vez, logra atrapar al espectador con una actuación que si bien no es de lo mejor que ha hecho, cumple. En ese rubro lo mejor se lo llevan los secundarios, por un lado Art Garfunkel (si, el mismo de Simon and Garfunkel) y Joanna Gleason, donde si bien los personajes en si no tienen una gran profundidad, acompañan y resaltan, por momentos, hasta más que los protagónicos; por el otro lado, los niños, sobre todo Kelly Gould que le otorga una perspiscacia atípica al personaje y eso suma bastante.
En síntesis, más de lo mismo, el espectador se olvidará de la película al día siguiente de haberla visto. No obstante, eso no quita que se pueda pasar un grato momento en la sala. La película cumple con lo que pretende, lástima que no se haya animado a más.