Tengo que confesar que si bien es un humor un poco escatológico para mi gusto, siempre disfruté la primera de American Pie. Me pareció tan sencilla, tan cercana para todos los que han vivido de uno u otro lado esa edad, que no queda más que reírse.
Si bien pasaron ya algunos años y las entregas que siguieron no lograron mantener ese espíritu y esa dulzura, la cuarta entrega nos presenta su vida casi diez años después y tiene unas interesantes vueltas de tuerca.
Para empezar, lo que han deseado para ellos no llegó, pero eso es bueno: ¿Qué sabían a los 18 lo que querían? Cuentan qué pasó, cómo fueron llegando y se aclaran muchas dudas. Como siempre, Jim estará torturado y avergonzado por momentos con su adorable y torpe padre, Stifler seguirá siendo el idiota que no crece, Finch el místico y Kevin y Oz los leales amigos.
También aparecerán las chicas que les robaron los suspiros a los chicos y Tara Reid y Mena Survari vuelven a parecer dos adolescentes frente a nosotros para recordarnos el primer amor.
Pero no hay vuelta a la secundaria sin una fiesta en la casa de Stifler y a partir de allí, todo puede pasar…
Los directores son Jon Hurwitz y Hayden Scholossberg, quienes tienen un importante historial en películas cómicas todas americanas y de fácil consumo, hacen foco en estas fiestas de secundaria que todos parecen extrañar y de cómo los chicos, además de nunca haber sido populares, ahora ya se nos están poniendo viejos para esto.
La verdad es que pasé un muy buen rato mirándola, me recordó mucho a la primera entrega, y me sentí un poco más identificada con estos chicos. Es más fácil quererlos por más que sabemos que Jim siempre va a ser un calentón, que Finch en parte miente todo el tiempo, que Oz odia de lo que trabaja pero va a seguir haciéndolo a menos que se le presente una respuesta mágica y que Kevin…no, en realidad Kevin es el único que me cae bien sin “peros”.
Linda despedida de un cuarteto que puso el broche de oro de los 90s.