A lo que debemos aspirar
Las comedias románticas hechas en Hollywood tienen mucho que ver con un mundo idílico, histérico y estéticamente imposible y poco que ver con la realidad. Allí suelen exhibirse, como en una vidriera, ideales de belleza, de éxito, de cómo plantarse y ser cool, y los espectadores que compran estos combos y que buscan verse reflejados se llevan a sus casas un paquete de ilusiones que, en muchos casos, suele transfigurarse en frustración. Este tipo de comedias, en su mayoría superficiales, dulcificadas y por supuesto acríticas, continúan encumbrando valores relativos al sueño americano y a formas de existencia inalcanzables para la amplia mayoría de los seres humanos.
Will Gluck, director de esta película, ya había hecho la comedia teenager Se dice de mí, una bazofia de cuidado en la que los personajes todos se ajustaban a los más exigentes parámetros de belleza dominantes -hasta los catalogados como “feos” eran despampanantes- y pretendía tirar líneas de moralismo, tolerancia y consideración cuando en realidad los discursos escondidos en la película dejaban en claro que eso era todo una farsa.
Ajustado a parámetros estéticos similares, aquí Dylan (Justin Timberlake), joven emprendedor, editor de contenidos web –confluye la capacidad de administración empresarial y la creatividad orientada a nichos novedosos y prometedores- conoce a Jamie (Mila Kunis) reclutadora de talentos –la acertada ejecutiva, hábil e independiente en sus criterios-. La verborragia entre ellos es, desde un comienzo, imparable, y cuidado, que las líneas de diálogos no bajarán en ritmo y velocidad hasta los créditos finales. Los dichos de los protagonistas son pretendidamente inteligentes, todo el tiempo: a cada ocurrencia se sucede una réplica aún más suspicaz, perdiéndose así, desde el mismo comienzo, la esperanza de verosimilitud. Resueltos y avispados, cerca de media docena de veces dicen de forma canchera “era una broma” luego de fingir falsas reacciones. Si el director/guionista da así pocas muestras de creatividad, unos secundarios de manual no hacen más que rebajar la berretada a niveles subterráneos: la madre de la protagonista (Patricia Clarkson) es la típica veterana hippie, que da mayores muestras de inmadurez que su propia hija pero es cariñosa y considerada (como las de Mamma mia, The kids are all right o Se dice de mí, para no ir más lejos). El compañero gay del personaje (Woody Harrelson) es tan sólo un vehículo para hacer chistes de gays, y el padre con alzheimer (Richard Jenkins) es el toque de gravedad que se necesitaba, para demostrarse que el muchacho es un tipo sufrido y bueno y que esta película dista de ser tan sólo otra comedia descerebrada. Ninguno de estos actores está mal, pero personajes así, contextualizados como están, dañan la psiquis de cualquier ser pensante.
Esta película está muy bien puntuada en algunas páginas web especializadas (IMDB, Rotten tomatoes) tiene buena recepción crítica y funciona notablemente en taquillas. La comedia romántica estadounidense no evoluciona ni cambia sus reglas porque la fórmula camina bien así, como está. Lo que cuesta creer es que el público continúe tragando.