Para tiempos de crisis, nada mejor que un cuento de hadas que haga olvidar por un rato la desazón y la incertidumbre e invite a perderse en un mundo en que todos los conflictos se resuelven con sonrisas. Aquí, las diferencias sociales (y raciales) se diluyen poniendo un poco de buena voluntad; todos están dispuestos a privilegiar lo que une y descartar lo que separa, y la amistad es el santo remedio que lima diferencias, o las suprime. Un film, en fin, con todos los ingredientes para convertirse en éxito popular porque hace reír, entretiene, emociona, distrae, y a su historia complaciente y divertida suma la contagiosa química de un par de actores notables: François Cluzet, maestro en la comedia tanto como lo ha sido en el drama, y Omar Sy, cuya simpatía, verdaderamente irresistible, lo ha convertido en personaje favorito de los franceses. Además la película lleva ese sello que opera como certificado de autenticidad: está basada en una historia real, y la presencia de sus verdaderos protagonistas en un plano final viene a atestiguarlo.
Claro que Toledano y Nakache, sus hábiles autores, no dejaron detalle por retocar y añadir para satisfacer a la mayoría. En el centro está la clásica pareja despareja. Uno, Philippe, es un aristócrata millonario, culto y de gustos refinados, que como resultado de un accidente cuando volaba en parapente quedó tetraplégico y apenas puede mover la cabeza. El otro, Driss, un muchacho negro de suburbio, atlético y desenfadado que acaba de salir de la cárcel e intenta vivir del seguro estatal. Disminuido físico uno, disminuido social el otro, ambos hartos -de la lástima el primero, de la discriminación el segundo-, hacen de esa concidencia el punto de encuentro. Driss será contratado por Philippe, se instalará en su mansión para estar a su exclusivo servicio, aprenderá a asistirlo en todo lo que necesita, es decir todo y jamás tendrá para con él un gesto de piedad. Phillippe lo agradece. Con Driss aprenderá a reírse de todo. Está claro desde el prólogo, cuando los dos se burlan de la policía en una escena que bien podría haber animado Gassman en otros tiempos. Para entonces -el film vuelve atrás para narrar el origen de la relación- ya son amigos, compinches, inseparables.
La humanidad que Cluzet y Sy confieren a sus personajes disipa el cinismo que podría verse en el humor que la película emplea a veces, y hasta distrae de la manipulación marketinera que está detrás de casi toda la historia, incluidos sus apuntes demagógicos, como la escena del concierto, descartado por aburrido cuando la black music de Driss empuja a la elegante concurrencia a seguirlo en el baile o cuando se apela a lo sentimental sobre el fin, en busca de un remate para la tierna relación. Lo importante es siempre complacer. Y hay que reconocer que en el operativo se ha puesto bastante gracia.