Lisa y Dib (María Canale y Alberto Rojas Apel) son una joven pareja que acaban de mudarse juntos a un pequeño y humilde apartamento. Ella, locutora, aparentemente exitosa (acaba de ganarse un premio pero luego la vemos en su trabajo y parece ser un programa de mala muerte que ni siquiera sale en vivo). Él, toca la batería pero hace tiempo que no ensaya y se la pasa en la casa. Si bien son una pareja más que consolidada, ciertos factores externos van a interrumpir con su tranquilidad.
Por un lado, ella adquiere una línea telefónica pero le frustra que nadie la llame, es más, se la pasan preguntando por una tal María Eugenia, lo que hace que de a poco vaya obsesionándose con este personaje. Por el otro, un perro que ladra o una nena que juega al karaoke sacan de quicio a Dib, quien no puede evitar ponerse violento verbalmente, especialmente con sus vecinos con los que tiene cada vez menos tolerancia.
La película dirigida por Gladys Lizarazu bucea por diferentes aspectos de la vida cotidiana, el amor y otros temas, como su título indica, ya sea las relaciones entre madre e hija especialmente después de que una se fuera de casa, el hogar como metáfora de la pareja, que de a poco comienza a quebrarse, o las diferentes formas que cada uno tiene de afrontar un duelo.
Por momentos divertida y entrañable, por otros, caótica y un poco exasperante. Si bien el film comienza a tomar rumbos que después termina abandonando (como esa obsesión que la protagonista genera con el enigmático personaje de María Eugenia), lo que nunca deja de lado es su idea de la importancia que el entorno toma en la vida de cualquier persona.
Un poco despareja, con decisiones que se perciben un poco forzadas, no deja de ser un retrato interesante sobre las relaciones. No está a la altura de otras películas argentinas a las que por ahí recuerda un poco, como “Aire libre” y “El incendio”, pero es correcta y menos pesimista más allá de la naturalidad cruda con la que retrata diferentes momentos de la vida cotidiana.