George Clooney es una de las pocas estrellas de Hollywood capaces de conseguir que a casi todo mundo le caiga más o menos bien ese villano que viaja de empresa en empresa y, de un plumazo, deja sin trabajo a una buena cantidad de empleados como si nada. El optimista Jason Reitman (Gracias por fumar, La joven vida de Juno) insiste con esos personajes que, al mismo tiempo, condena desde lo moral pero los hace agradables y les regala la chance de redimirse, tal vez los momentos más forzados y menos entretenidos de su cine. Reitman sólo falla sobre el final, cuando llega el momento de inmiscuirse demasiado en la vida privada de su protagonista, pero el cineasta ya se había lucido a la hora de hablar del trabajo y de darle a Clooney un poco de su propia medicina. Amor sin escalas mantiene el crédito abierto para Reitman Jr: no son muchos los cineastas en el mundo, y mucho menos en Hollywood, que tienen la capacidad de retratar ese costado más despiadado del ambiente laboral y salir airosos. Reitman y Clooney se juntan en una película imperdible para demostrar que hoy son nombres imprescindibles en la industria del cine.