El éxito de Amigos intocables, comedia negra de Olivier Nakache y Eric Toledano que tuvo en Inseparables su versión argentina y Hollywood adaptó en el inminente estreno Amigos para siempre, parece haberles abierto una puerta a las comedias francesas en sillas de ruedas. Y tal vez esto inspiró al eterno galán del cine francés Franck Dubosc para debutar detrás de cámara en la romántica Amor sobre ruedas.
Dubosc interpreta a un desagradable veterano mujeriego que, para levantarse a una veinteañera que cuida enfermos, aprovecha un malentendido que justo lo encuentra postrado en una silla de ruedas. Pero el chiste le sale mal al machirulo tras conocer a la hermana de la joven, quien realmente tiene problemas motrices. El corazón de la película encuentra al protagonista tratando de escapar de su propia red de engaños tras entablar una relación con la mujer en silla de ruedas. Dubocs demuestra cierta lucidez al utilizar una maratón como metáfora de su personaje tratando de ganar una carrera contra todas sus mentiras, pero esa escena final que busca cerrar la historia con moño termina siendo la más grotesca de una película cursi de principio a fin.
La conexión entre la pareja protagonista es demasiado artificial, por más que el único momento en que Amor sobre ruedas escapa de la corrección política abúlica es gracias a cómo la protagonista decide lidiar con el engaño, y Dubocs se inclina más hacia la comedia que al romance, como si supiera que la coprotagonista le queda grande al personaje de él. Pero el problema principal es que el humor, basado en la desubicación del chanta omnipresente que necesita redimirse a la fuerza aunque también incluye a un amigo picarón, un padre descontrolado y una secretaria tarambana como sus acompañantes, jamás consigue alejarse de esa sensiblería ridícula que marca el tono de Amor sobre ruedas.