Radiografía del fracaso
El cine internacional contemporáneo sufre de una excesiva corrección política al momento de retratar una infinidad de historias dentro de distintos ámbitos, con los romances como uno de los enclaves en los que se acumulan más intentos fallidos, esos que pretendiendo ser desgarradores y/ o hiper sinceros en su análisis de las miserias del amor y sus subproductos terminan cayendo una vez más en esa falta de verdadero brío retórico como consecuencia de una triste esterilidad discursiva de fondo, hoy más que nunca homologada a la deslegitimación del film en su conjunto cortesía de una intrascendencia apenas encubierta que -vale aclararlo- es uno de los signos indudables de la banalidad de los tiempos que corren, en los que las apariencias y hasta a veces las “buenas intenciones” suelen ocupar el espacio de la militancia en serio en pos de algo que no sea satisfacer el ego o el bolsillo.
Así las cosas, y como si se tratase de una versión un tanto esquizofrénica -e inferior- de la reciente Monsieur & Madame Adelman (2017), en Amores Frágiles (Amori che non Sanno Stare al Mondo, 2017) nos topamos con el retrato de las idas y vueltas de una pareja de siete años de profesores universitarios, Claudia (Lucia Mascino) y Flavio (Thomas Trabacchi), en lo que definitivamente parece ser una competencia por ver quién es el más narcisista y pedante de los dos. Si bien la realizadora y guionista Francesca Comencini adopta la perspectiva femenina para contarnos de manera fragmentada la génesis, el desarrollo y la extinción del amor, en realidad le pega a la par a los hombres y las mujeres subrayando el egoísmo infantil y bobalicón de los primeros y la histeria masoquista y autovictimizante de las segundas, sin mucho más para decir sobre las causas de la debacle.
Sin embargo la ausencia de un entramado conceptual en verdad valioso que justifique el periplo romántico no es el inconveniente principal que arrastra la propuesta (al fin y al cabo, pocas son las obras que poseen un trasfondo equivalente), ya que lo más problemático del asunto es la redundancia general de la directora al momento de presentarnos el relato: mientras que por un lado tenemos -como no podía ser de otra forma- una catarata de discusiones por desvaríos, celos y demandas circunstanciales, por otro lado desde el inicio quedamos presos de una serie de flashbacks simplones, un voice over hiper explicativo por parte de ella, escenas contemplativas que no agregan nada y hasta instantes cercanos a un videoclip erótico ochentoso. Sinceramente tampoco suma que él la engañe con una chica más joven (cliché masculino) y ella con otra mujer símil destape lésbico (cliché femenino).
De todos modos, la película cuenta con elementos redentores como el gran desempeño de Mascino, todo el tiempo bordeando la sobreactuación producto de las necesidades que plantea la efervescente Claudia, y especialmente el objetivo máximo de la realización, orientado a analizar las minucias del fracaso de turno desde la honestidad y cierta desnudez emocional que no teme caer en la vergüenza, el ridículo y la neurosis depresiva; asimismo poniendo de relieve como colofón que no importan las características de cada género sexual porque en una relación ambos van intercambiando roles y relegando la posición dominante en favor del prójimo (el equilibrio total no existe). Incluso así, el opus de Comencini nunca levanta cabeza del todo y se queda en una medianía entre correcta y algo olvidable que buscando la visceralidad deriva en soluciones dignas de un manual de autoayuda…