Opresivo como pocos, el clima que se vive a lo largo de los 120 minutos de Amour llegan a incomodar al espectador, encerrado dentro de ese mismo departamento en donde transcurre toda la trama y que es testigo del deterioro físico y mental de sus protagonistas. Pero también ve en primera fila lo que es un amor verdadero que trasciende el tiempo, las desdichas y la enfermedad.
George y Anne son dos jubilados, profesores de música clásica, cuya hija –algo distante e incapaz luego de adaptarse y actuar con responsabilidad y eficacia frente a la enfermedad de su madre- siguió sus pasos y vive fuera de Francia. La desgracia sobreviene, inesperada, veloz, llevándose consigo todo sesgo de vida normal, haciendo que ese amor que sienten desde hace varias décadas deba ser puesto a prueba.
Ganadora del Premio de la Academia a mejor filme de habla no inglesa, Michael Haneke vuelve a conmocionar los sentimientos de la platea como ya lo había hecho en La cinta blanca. Podrá gustar más o menos su película, pero nadie sale del cine indiferente frente al sufrimiento del personaje de la excelente Emmanuelle Riva. Su caída en desgracia, el progresivo deterioro del cuerpo, su dolor expresado en miradas llenas de incomprensión y terrible sufrimiento. La complicidad y el amor desbordan la interpretación de Jean Louis Trintignant, el marido que cumplirá con la promesa que le hizo al amor de su vida aunque sus últimas fuerzas se vayan en ello.