Antesala al infierno.
¿Qué se puede esperar de Michael Haneke más allá de un atolladero de sensibilidad neutralizada, ironía automática y frigidez todo terreno? Si nos sinceramos, Amour (2012) calza perfecto junto a los otros representantes individuales que componen la acotada obra del austríaco, algo así como un misántropo facilista con una compulsión irrefrenable hacia el sadismo que -paradójicamente- gusta de criticar ese mismo paradigma de “tortura infinita” que subsiste incrustado en nuestra sociedad. Lejos de la parodia sardónica símil Stanley Kubrick, el señor está a gusto en el circuito arty del shock y el festín hardcore...