El deterioro y la piedad
Michael Haneke es conocido por filmar el sufrimiento y trasladarlo al espectador con una pulcritud que sólo él sabe lograr en esta generación. Su cine es confundido por muchos desvelados con una producción tortuosa, cuando en realidad está más ligado a la búsqueda de emociones en los que se pongan frente a sus propuestas. Así nace Amour (2012) quizás una de sus obras más desgarradoras por la meticulosidad con la que filma (con una visión magistral) el deterioro del ser humano físicamente y en su interior.
La vejez, no ajena en un Haneke que ya llega a los 70 años a pesar de su actividad constante, se sitúa en un primer plano en el que se ponen a prueba los elementos que forjan eso llamado amor. La frase "hasta que la muerte los separe" es inevitable de traer a colación en esta ocasión, puesto que el eje principal del tema de esta película es cómo se transita ese sendero, esa recta final por la que todos y todas pasaremos en algún momento.
Como siempre, con su cine el austríaco no propone resolver todo frente a la cámara, sino mas bien instalar incógnitas o planteamientos, tal vez epifánicas preguntas (aquí queda a criterio de cada uno si eso es pretensioso o no) que den lugar a un constante revisitar de la propuesta. Quizás la más normal de las preguntas sería ¿qué es el amor? o ¿cuál es el verdadero amor?, así como también proponer una mirada crítica a los conceptos de piedad, dignidad y respeto como factores clave de ese amor que en Europa se da de una forma muy particular respecto al resto del mundo.
La frialdad con la que Haneke hace sus películas aquí se ve impresa de forma paulatina, en un trabajo físico monumental por parte de Emmanuelle Riva, quien encarna a la protagonista en estado de agonía tras una parálisis del lado derecho del cuerpo. Del mismo modo, la transformación se ve reflejada (aunque internamente) por Jean-Louis Trintignant, marcando el polo opuesto del deterioro humano. Mientras Riva deja ver su destrucción exteriormente, el personaje de Trintignant va involucionando internamente a pesar de ser un férreo compañero para su moribunda esposa.
Se destacan dos escenas muy reveladoras para el mensaje del director de Funny Games y Caché en este nuevo opus. La primera, la anécdota (una de las tantas bellísimamente contadas por Trintignant en la película) del sentimiento que despertó en su personaje de Georges una película que vio en la infancia, de la cual no recuerda ni el nombre, pero sí lo que le inspiraba. Este es un claro ejemplo de lo que busca Haneke con su cine, su meta máxima como realizador cinematográfico (y operístico; también tiene esa fasceta), así como también sirve para ilustrar ese extrañamiento que empieza a surgir en la pareja en el estado actual (llámese vejez, enfermedad, o como se quiera). La segunda, la paloma como elemento externo a todo el relato minimalista e intimista de todo el film. Ese simple animal, intruso, propone las situaciones más pintorescas durante todo el film y hasta da lugar a situaciones tan tiernas como frías: un perfecto resúmen de lo que es en sí Amour en su totalidad.
Con un dúo descomunal complementándose a la perfección en pantalla (sólo apena un poco la sensación de estar demás que inspira la floja participación de Isabelle Huppert), una dirección brillante -nuevamente- por parte del director, y una histora crudísima que invita a preguntas muy profundas, esta aclamadísima obra de Haneke es una cita obligada de la temporada.