La segunda película de Tom Ford cuenta dos historias, la de una mujer infeliz (Amy Adams) que lee otra historia, la novela que le envía su ex marido (Jake Gyllenhaal). La historia de la novela es mucho más convincente que la primera, sin embargo el combo resulta inconducente.
Probada la capacidad de Tom Ford para dirigir una película, cabe preguntarse porqué Animales Nocturnos no funciona. Como punto de referencia, la primera película de Ford, A Single Man de 2009, fue fenomenal, un triunfo de estilo y sustancia, gracias en parte a la brillante actuación de Colin Firth. Animales Nocturnos tiene también un fabuloso cast, pero las tramas de las dos historias, una fría y la otra visceral terminan cancelando el efecto emocional, la una a la otra.
Adams interpreta a Susan, una curadora de arte en Los Ángeles depresiva, engañada por su bello esposo, (Armie Hammer) viviendo entre su moderna casa y su galería de arte. Pobre.
Su mundo es estéril, y es aquí donde la pintura de los personajes empieza a fallar, la miseria autoimpuesta de los privilegiados. Una copia anticipada de una novela de su primer marido, Edward (Gyllenhaal, haciendo mucho con poco) llega a sus manos. Susan se pone sus gafas ridículamente hipsters, se desliza en la cama y comienza a leer, allí arranca la segunda historia, donde la miseria emocional también se hace presente, pero en este caso de la mano de ese objeto de manipulación masiva siempre presente: la injusticia.
Cuando se combinan todos estos elementos lo que obtienes es irremediablemente una película camp de pretendida profundidad que fácilmente podría ser confundida con sustancia, si todo no fuese tan vacío.
Se puede argumentar que Ford está siendo auto-despreciativo en su retrato de los ricos sin alma, pero todo el esfuerzo ni siquiera se siente como auto-parodia. Las ideas de clase, la ambición frustrada, la superficialidad de la vida en L.A., la naturaleza del amor y el significado del arte se abordan explícitamente -y se discuten en algunas conversaciones pretenciosas- pero todo termina sonando vácuo, como si el simple hecho de nombrar temas “importantes” fuese suficiente para establecer su relevancia en la narrativa. El diseñador de moda Ford se pone el traje de Lynch pero no le queda.