Llega una nueva película del universo del que se apropió James Wan, en este caso Annabelle 2: La Creación, una precuela sobre la muñeca maldita dirigida, esta vez, por David F. Sandberg.
Los Warren y los casos paranormales con los que ese matrimonio se ha encontrado durante toda su vida han dado, y seguirán dándole, fruto a James Wan, quien supo consolidarse con El Conjuro. En este caso, haciendo de productor, la precuela de la fallida entrega sobre la muñeca Annabelle pretende mejorar lo que salió mal en su predecesora, pero se queda a medio camino.
Por un lado, el director David F. Sandberg (a quien su cortometraje viral Light out le cedió la oportunidad de entrar a Hollywood dirigiendo su propia versión en largo) sigue demostrando que tiene un estilo visual interesante y se permite jugar en algunas de las escenas de terror con las luces y las perspectivas, lo que está en primer plano y lo que se esconde detrás. Por el otro, el guionista vuelve a ser Gary Dauberman (y seguirá siendo parte del universo con The Nun, prevista para el 2018), aquel que inundaba de inconsistencias aquella primera película sobre la muñeca maldita. Si bien acá repara algunos errores no puede evitar caer en una trama predecible y con una resolución apresurada.
Con Annabelle 2: La Creación nos encontramos justamente ante los orígenes de esta muñeca que genera terror sin siquiera moverse. Estamos en la década de los ’40. Un matrimonio (el hombre, fabricante de muñecas) con una niña pequeña que fallece de manera trágica y repentina y que los deja en un estado de aislamiento y desolación. Años más tarde deciden dar hogar a una joven monja y un grupo de huérfanos, ya que la casa es grande y se encuentra, se supone, vacía. Es entonces que, a partir de este momento, nos vamos a encontrar ante una típica película de casa embrujada, con algunos sustos más efectivos que otros.
Son dos niñas las principales protagonistas: Janice, a quien la polio no le permite caminar sin una ayuda ortopédica, y su mejor amiga, Linda, interpretada por Lulu Wilson -a quien se la pudo ver recientemente en otra precuela que mejora una saga que parecía destinada al olvido Ouija: el origen del mal (claro que allí estaba el ya experimentado director y guionista Mike Flanagan)-. Ambas comienzan a sentir curiosidad y atracción hacia el dormitorio que está cerrado e intacto, y sin querer van dejando salir lo que en él se encierra. En medio de un reparto desparejo, ellas dos son las que mejor se destacan.
La fe, los demonios, la noción de familia son algunas de las temáticas que se vuelven a poner en foco, aunque no funcionan como estudio ni de uno ni de otro. Como la construcción de los personajes, todo termina sintiéndose bastante plano y superficial.