Segundas oportunidades
Las estrellas de Hollywood chocan en la pantalla para traernos una nueva película colectiva sobre festividades: Año Nuevo es una fórmula a esta altura ya vieja. Esta película se ve como en otro tiempo se leían esas tarjetas de Navidad con frases hechas que la gente mandaba por correo y que hoy nos llegan por email: sentimientos tiernos predigeridos encapsulados en fórmulas vacías.
La proliferación de historias (lo dice la voz en off: en Año Nuevo todos en el mundo se reúnen para celebrar el comienzo de un nuevo año, una nueva oportunidad) juega en contra de la propia película. No es la primera vez que muchas historias se entrecruzan (y chocan) en la pantalla grande, pero en Año Nuevo son tantas que cada una no puede ocupar más de cinco minutos seguidos, muchas se pierden por el camino y reaparecen salidas de la galera justo sobre el final. No hay verdadero desarrollo de nada porque no hay tiempo (y eso que la película dura casi dos horas): el espectador tiene que entender qué significa cada personaje en menos de treinta segundos y el "significado" de cada personaje suele incluir ya el derrotero preestablecido que recorrerá en la película, cuál es el descubrimiento interior que tiene que hacer para merecer una segunda oportunidad en la vida.
Las grandes estrellas (viejas grandes estrellas hoy en decadencia, estrellas no tan grandes, cameos, etc.) no pueden hacer nada: lo unidimensional de sus personajes empuja hacia la caricatura, hacia lo obvio, hacia la máscara hueca. El desfile de cuasi personajes está plagado, por supuesto, de estereotipos gruesos: el personaje interpretado por Sofía Vergara da vergüenza cada vez que aparece en pantalla.
Lo que importa en realidad en Año Nuevo no son esas historias, esos personajes, es el mensaje.
Pero probablemente lo peor de Año Nuevo sea el intento patético por generar momentos de humor.
Lo curioso es que, si bien esta es una película sobre el Año Nuevo, sobre la vida que termina y empieza, sobre las "segundas oportunidades", todo en Año Nuevo está atravesado por los códigos de la comedia romántica, la única que la industria juzga que puede alcanzar las "verdades de la vida". Solo que acá los códigos de la comedia romántica se multiplican hasta llegar al absurdo. Y no dejan nada detrás.