Lo nuevo de la infinita saga de Marvel, tras varias fases y una cantidad importante de películas y series, se apoya en uno de los superhéroes más pequeños: el hombre hormiga. Ant-man ya tuvo dos entregas, ambas dirigidas por Peyton Reed quien regresa para esta tercera, y esta vez le toca en la historia sentar las bases de lo que será una nueva fase. Una fase que, hay que hablar del elefante en la habitación, no suena tan prometedora como sus antecesoras, en especial tras la última. Quizás porque es difícil abandonar personajes ya icónicos para darle lugar a nuevos y menos populares pero sobre todo porque la fórmula Marvel ya parece a punto de agotarse (si es que no se agotó).
En esta película escrita por Jeff Loveness (Rick and Morty) nos encontramos con un Ant-man que se siente una celebridad, que intenta ir con una sonrisa por la vida y que además se convirtió en un escritor con una autobiografía. Su pareja con Hope (The Wasp) se encuentra muy sólida pero no tanto la relación con su hija, Cassie, ya más grande y a quien no termina de conocer, en especial tras haberse perdido varios años a causa de los eventos sucedidos en otra película.
La saga de Ant-man tuvo su encanto como una película sin grandes pretensiones ni grandilocuencias. Paul Rudd supo desenvolverse entre Scott Lang, el hombre debajo del traje, y el hombre hormiga con un estilo personal y aportando un humor que le sentaba bien. En esta tercera entrega su responsabilidad es mayor. Quantumania es el inicio de una fase nueva y en este primer capítulo nos introduce al Reino Cuántico, en el cual por un accidente una noche de cena familiar todos caen, un universo con criaturas que parecen bocetos de personajes de las galaxias de Star Wars y en el cual las leyes son distintas. El rol (siempre fundamental y no siempre a la altura) del villano recae en Kang, ya presentado a través de la serie de Loki. Jonathan Majors tiene su presencia pero desentona con una película que, en realidad, no sabe bien qué quiere ser. No hay un origen claro, no hay una motivación marcada, entonces no genera casi nada.
Por un lado, la picardía y humor de la saga de Ant-man no aparece casi nunca. Capaz tampoco ayuda que el 90 por ciento de la película se suceda en un reino tan excéntrico y poco interesante que encima le hace perder parte de la gracia que se encontraba en ver al superhéroe entre situaciones cotidianas y mundanas; estábamos ante un superhéroe sencillo con películas de las más sencillas de la factoría Marvel. Esta tercera parte es la más aburrida de las tres, como si incluso Rudd ya se hubiese cansado de interpretarlo.
En cuanto a los personajes que lo acompañan hay una fuerte presencia femenina. Pero si bien es The Wasp la que está en el título, ella apenas acciona (casi podría no estar su personaje) y en cambio Cassie y Janet (Michelle Pfeiffer, que al menos decide darlo todo) son quienes le aportan algo más a la trama. Cassie desde el legado y el nacimiento de una nueva heroína, militante e idealista aunque no se termine de desarrollar; Janet, desde la intriga y los secretos que sugieren más de lo que finalmente despliega su personaje pero al menos le brinda una gran cantidad de tiempo -por momentos parece casi protagonista- a la flamante actriz.
Como resaltaba en otra reseña de otra película de Marvel: todo puede pasar pero al mismo tiempo siempre suele suceder lo más predecible. El arco es del casi todas estas películas, el CGI apenas mejora en algunas escenas y sigue luciendo muy artificial en otras tantas. Hay cameos (un Bill Murray totalmente desaprovechado), la reaparición de algún personaje, criaturas que consiguen al menos sacarnos una sonrisa y poco más además de las interminables escenas de acción en las que apenas se entiende lo que sucede y una necesidad de resaltar los lazos entre sus protagonistas. No hay mucha lógica porque todo parece justificado con esta idea de que en este mundo cuántico o en los multiversos a la larga todo puede pasar.
Las dos escenas post-créditos esta vez sirven para sembrar interés sobre lo que viene y dejando bien claro que no hay ninguna intención cercana de dar un cierre. Al menos no hay alguna desperdiciada en un chiste o un guiño tras los largos créditos.
Quantumania no hace más que poner en evidencia un agotamiento de la fórmula que difícilmente se pueda solucionar en las siguientes entregas que, gusten o no, tenemos garantizadas. Sin el humor que la caracterizó y con una galería de personajes a los que no les interesó darles dimensión, es un espectáculo desabrido y bastante aburrido para lo que se esperaba.