Apóyate en mí, la nueva propuesta del director británico Andrew Haigh —Weekend (2011) y 45 Años (2015)— tal vez lo parezca, pero no es una usual película coming of age o la típica road movie estadounidense. Tampoco se trata de un film sobre la amistad entre humanos y animales, sino que va más allá. Y es que, basada en la novela homónima de Willy Vlautin, el film se esmera en retratar profundamente la soledad; pero no la generada por el derrumbe de la identidad, de los sueños, o de alguna relación en específico, sino la que surge cuando realmente todo se desmorona para el protagonista.
¿Qué pasaría si te encontraras en la adolescencia sin plata, casa, amigos ni familia en los que sostenerte?. ¿Qué tipo de soledad sería esa?. Eso es lo que se refleja en este film, en el que vemos como Charley (Charlie Plummer), un joven de quince años, cuya madre lo abandonó y que reside en los suburbios de Portland con su padre Ray (Travis Fimmel), conoce a Lean On Pete, el caballo a quien debe cuidar para su nuevo jefe Del (Steve Buscemi). De este modo, la película sigue los pasos de Charley, quien luego de encariñarse con el animal, decide huir junto a él.
Charley se aferra y necesita a Lean On Pete para sus propios propósitos —tener a alguien a quien poderle hablar y cuidarlo, como a él le gustaría, seguramente, que cuidaran de él— pero en la película jamás se intenta probar que existe una relación recíproca entre el animal y el joven. Esa es la razón por la que, por ejemplo, no se utilizan planos cerrados de Lean On Pete mirándolo o jugando con él; y ese es un gran acierto de la película, ya que el hecho de que el ser con el que Charley tiene más relación (su caballo) nunca pueda llegar a comprenderlo, es lo que convierte a su soledad en algo aún más radical.
Otros de los logros de Apóyate en mí son tanto la destacable actuación de Charlie Plummer, quien se luce en su segundo papel protagónico (había sido protagonista en King Jack de 2015); como la cinematografía, que refleja el lado humilde, mayoritariamente inexplorado, y desértico de los Estados Unidos; y, en especial, el saber retratar la tragedia con pureza sin caer en el sentimentalismo ni en el melodrama barato, en el que todo queda demasiado explícito.
Si bien el protagonista atraviesa varios conflictos externos, lo que carga realmente con el peso de la película no es lo que pasa sobre la superficie, sino lo que sucede por debajo, y por esta misma razón puede que a algunos no les guste el film y, en simultáneo, a otros les encante. Las acciones más diminutas, menos explícitas, son las que marcan en definitiva la evolución del relato. Cómo Charley dialoga, en qué momentos calla e incluso la manera en la que el protagonista realiza una simple acción como correr, se convierten en algo fundamental para la historia. Y lo conmovedor es como se llegan a plasmar universos gigantes a través de, precisamente, esas acciones pequeñas, de sentimientos que quedan implícitos pero que se palpan, se transmiten y se sienten.