Aquaman

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Arthur habla con los peces

A medida que el cine de superhéroes ha ido condensando buena parte de los presupuestos anuales de los grandes estudios de Hollywood destinados a los mega tanques de cada temporada, el nivel de calidad de los productos masivos ha ido descendiendo de manera paulatina y la otrora variedad que solía ofrecer la comarca mainstream ha desaparecido para dejar lugar a trabajos en serie que retoman lo peor de la televisión de antaño, sobre todo el encadenamiento eterno de lo mismo a expensas de un público cautivo que se siente en la “obligación” de ver el último eslabón de turno para satisfacer los requerimientos implícitos de todas esas campañas de marketing a escala planetaria, fundamentalmente orientadas a la infantilización de los espectadores, la celebración acrítica de la falta de riqueza retórica y el sometimiento a los engranajes anodinos excluyentes de la industria para que se consoliden.

Dentro de este esquema, dominado por propuestas idénticas que se parecen a botellas de Coca Cola o barras de jabón en su repetición ad infinitum de una marca que ni siquiera se condice con los cómics originales y su efervescencia aventurera adolescente, vale aclarar que Aquaman (2018) es uno de los mejores representantes del rubro gracias a la pericia de su director James Wan, un artesano de origen malayo/ australiano que ha sabido escapar a las peores versiones de Marvel y DC para la gran pantalla con vistas a construir un exponente bastante mejor narrado y más sincero en su afán lúdico: donde otras obras de superhéroes fallan miserablemente, en el apuntalamiento de un desarrollo de personajes alejados del cliché unidimensional, el realizador logra redondear una dinámica coherente que sin llegar a descollar, por lo menos mantiene la atención del espectador adulto eventual.

La historia vuelve a ser la misma de siempre: el protagonista, Arthur (Jason Momoa) alias Aquaman, un rey negado que “habla” con los peces, debe recorrer un largo camino para hacerse de un trono que no desea en busca de “sacrificarse” para salvar a la humanidad y por supuesto a ese mundo subacuático que está en sus genes, ahora con la excusa de detener a un hermano con ansias de poder, Orm (Patrick Wilson), que además pretende destruir a los terrestres como venganza por décadas y décadas de contaminación y desechos varios vertidos en el mar. Mientras que Arthur se une con la prometida del susodicho, Mera (la siempre hermosa Amber Heard), para reclamar la corona y evitar la guerra, asimismo debe luchar con el principal mercenario de Orm, Manta (Yahya Abdul-Mateen II), un señor que le guarda especial rencor a Arthur porque provocó la muerte de su padre, un pirata marino.

El producto está atiborrado de un CGI fastuoso a la Avatar (2009) que por momentos satura y en otras oportunidades resulta despampanante, a lo que se suman el muy buen desempeño de Momoa y Heard -una pareja con química- y ese fluir retórico al que apuntábamos con anterioridad que sabe pasar de la acción al drama monárquico o la comedia light con sutil solvencia. Por otro lado lamentablemente el film jamás esquiva del todo las premisas hiper conservadoras de tantas faenas cinematográficas semejantes contemporáneas y así el resultado final, si bien supera al triste promedio de su rama, no logra destacarse por derecho propio y en una proporción en verdad importante con respecto a otros tanques yanquis de nuestros días. Precisamente esa medianía inofensiva y pueril que recorre de punta a punta a Aquaman constituye el gran flagelo del séptimo arte actual y subraya un estancamiento creativo de lo más cansador y preocupante, debido a que pone de relieve el hecho de que ni artesanos con el poder de Wan pueden realmente quebrar el molde y hacer algo novedoso…