Metamorfosis de un pasado que permanece:
El realizador chileno Andrés Wood retoma el tema de vínculos que se interrumpen a partir de la dictadura de Pinochet (como ya lo había realizado en Machuca, 2004). En esta ocasión agrega a este tema la vigencia del pasado en el Chile del presente.
El comienzo caracteriza a Inés (Mercedes Moran) como una mujer fálica, con gran poder de influencia y mando sobre los hombres. Ella es quien mueve los hilos de la trama. Es un personaje que en su pasado reinaba a través de la seducción; mientras que hoy lo hace desde el poder económico, con tal de evitar las manchas oscuras de su juventud.
Lo que pone en zozobra el privilegiado y tranquilo mundo de Inés es la detención de Gerardo (Marcelo Alonso). Este hombre conduce por un barrio vulnerable de Santiago y persigue a un ladrón hasta darle muerte, haciendo justicia por mano propia. En el allanamiento policial a su vivienda encuentran elementos que conectan a Gerardo con Inés en su juventud. Desde aquí, la película avanza entre el pasado y el presente.
En aquellos años, Inés (María Valverde) es una bella universitaria de familia adinerada en pareja con Justo (Gabriel Urzúa), el marido ideal, con quien tiene un pequeño hijo. En un certamen de belleza se establece la atracción entre Inés y Gerardo (Pedro Fontaine), el asistente del fotógrafo. Esta escena es clave porque describe la situación de cada uno de los personajes en el trío pasional. Subyugado por los encantos femeninos de Inés, Gerardo (que es de otro extracto social) termina formando parte de la agrupación nacionalista paramilitar Patria y Libertad. En su inserción fascista (cuya ideología se explicita mediante secuencias de una ficción documental en blanco y negro), los tres amigos participan en ataques a militantes socialistas y perpetran diversos sabotajes y atentados, buscando desestabilizar al gobierno popular de Salvador Allende.
Wood trabaja las tensiones de deseo y odio que se van tejiendo en el interior del triángulo amoroso con acertado clima de suspenso. Así, revela que estas pulsiones subyacen a las lealtades y traiciones propias de la dinámica de la organización, que se concretan cuando cometen un crimen político. Inés es el objeto deseado de ambos hombres. Ella estimula la rivalidad entre ellos, los instiga a traspasar los límites morales y a eliminarse mutuamente, proponiéndose como prenda de goce al más macho. Se trata de una figura superyoica que, como lady Macbeth en la clásica tragedia de Shakespeare; lleva a uno y a otro a su perdición.
Así, en el presente, mientras que Inés supo adaptarse a los nuevos tiempos, sus hombres son la sombra de lo que fueron. Mientras que Justo (ahora protagonizado por Felipe Armas) se pierde en el alcohol para ahogar el tormento de la venganza; Gerardo pasa sus días en una prisión psiquiátrica. El presente se dirime entre la posición de Inés y Justo, que quieren enterrar su pasado, y la de Gerardo, sumido en la nostalgia de una gloria que no pudo ser. Mientras tanto, las tensiones de deseo y odio que sostenían al trío permanecen indestructibles.
Si en los años 70 el claro enemigo político del fascismo era el marxismo, hoy el capitalismo globalizado y su movimientos migratorios (que alteran la identidad nacional), son las claves para pensar su reaparición. Entonces, el trío melodramático y el retorno del pasado del cual no pueden escapar son los recursos narrativos que el director utiliza para pensar el presente político de su país. Chile se muestra como modelo económico para Latinoamérica pero camufla las profundas desigualdades sociales de siempre. Los machos de ayer pueden ser los fanáticos fascistas del presente y los CEOS de hoy, pueden ser la renovada continuidad de la oligarquía de derecha. Esa derecha que, amén del presente turbulento de Chile, sigue posando con una sonrisa tranquila en la foto de familia modelo.