La nueva película de Santiago Mitre se nos presenta como importante antes que nada por ser la primera en narrar el juicio de las Juntas. Historia que algunas generaciones han vivido, recuerdan, otras han olvidado, algunas sólo hayan escuchado un poco al respecto, o quizás nunca se las hayan contado, pero lo cierto es que cambió la historia del país. Como otros países no han logrado, Argentina logró poner en cárcel a genocidas como Videla. Pero ese probablemente sea sólo uno más de los motivos por los que viene pisando fuerte en festivales de cine y hasta ha llegado a ser la elegida por nuestro país para mandar a los premios Oscars. Esta película que Mitre escribió junto a Llinás se revela como una gran película de juicios, un subgénero casi nulamente explorado en nuestra industria.
Ricardo Darín es el protagonista poniéndose en la piel de Julio Strassera, fiscal al que le es asignado el juicio y que por momentos parece cargar con cierta culpa por no haber hecho más que quedarse quieto y callado en épocas de una Dictadura pasada pero todavía demasiado fresca. Strassera es un comprometido fiscal, con carácter y es también un esposo y padre de familia, con dos hijos con los que se entiende de maneras distintas. Cuando es llamado para el esperado juicio, su principal temor es convertirse en un peón, en un títere, quizás descreído de que la justicia a la que le dedicó su vida funcione como esperaba. Darín demuestra una vez más su calidad de estrella y de actor, aportando muchas sutilezas a un rol que fácilmente puede caer en el cliché del personaje heroico y que él lo interpreta de una manera contenida.
A su lado está Peter Lanzani como lo opuesto y complementario. Moreno Ocampo, el joven muchacho que proviene de una poderosa familia militar y lidera al grupo de jóvenes que trabajarán con Strassera, es también más hábil con el público, con las cámaras. Vale destacar la manera magistral en que se desarrolla la línea argumental entre ese personaje y su madre: empieza por el constante enfrentamiento hasta el momento en que su hijo le abre los ojos, y sucede en una escena minimalista que consigue ser muy emocionante. Claro que antes estuvo la escena clave que protagoniza Laura Paredes, narrada desde una sobriedad que se contrapone a lo fuerte del relato.
Argentina, 1985 narra entonces el proceso judicial, desde el primer llamamiento y la búsqueda de personal para el arduo trabajo de investigación hasta los testimonios de las víctimas que ponen en palabras hechos aberrantes que parecen salidos de la ficción más abyecta y la resolución del juicio. Más allá de lo complejo de todo proceso judicial, el film se sucede de manera mu dinámica. El guion presenta a sus personajes y los desarrolla solo en su cuota necesaria para cederle lugar al juicio de una manera minuciosa y precisa, por eso por ejemplo a Videla apenas se lo ve o a Alfonsín sólo se lo escucha desde el fuera de campo.
También hay un equilibrio muy medido entre las pequeñas e inesperadas gotas de humor con los momentos de mayor algidez dramática, una manera de descomprimir tanta oscuridad.
Santiago Mitre, que viene rondando sobre el tema del poder en gran parte de su filmografía (El Estudiante, La Cordillera), es un director con mucho oficio. Aquí su propuesta luce menos arriesgada desde lo formal que otras anteriores, más universal (en realidad más norteamericana porque las influencias parecen venir de ese lugar), y al mismo tiempo más ambiciosa y no por ello menos efectiva. Sabe narrar con imágenes de un modo más clásico que lo habitual y también sabe cuándo cederle lugar a las palabras -como el alegato que a primera instancia podría parecer demasiado extenso para una película y sin embargo de manera contraria no causaría el mismo efecto. Ni hablar del detalle con los aplausos cerca del final.
Hay un cuidado trabajo de reconstrucción de época, en el vestuario y con locaciones familiares pero llevadas a varias décadas atrás. Transmite ese clima de época y al mismo tiempo es una relectura, y eso sin chicaneos ni bajadas de líneas políticas sino con mucho respeto.
En resumen, una película que lo tiene todo para convertirse en un clásico: una historia que necesita ser contada, una notable producción y elenco, y un guion minucioso y preciso. La prueba de que a veces vale la pena unirse por un propósito justo.
En un momento se menciona al pasar que no se sabe cuánta gente realmente estará siguiendo el juicio, escuchando o leyendo los testimonios, como resaltando la importancia de escuchar estas voces, de abrir los ojos ante una realidad que algunos negaban (niegan). Esta película parece querer saldar esa deuda desde el repaso de la historia para que nadie se quede afuera, porque desde la ignorancia es más fácil excusarse.
Para sumarle épica (que nunca nos viene mal) además parece ser la salvadora de las cadenas pequeñas de cine tras la negativa de las importantes a proyectarla por no contar con la ventana de 45 días en salas. Eso que no estamos hablando de una producción modesta, todo lo contrario al ser apadrinada por Amazon, donde podrá verse o volver a ver a partir del 21 de octubre.
Argentina, 1985 conmueve con autenticidad y llama al repaso histórico: porque la única manera de no repetir la historia es ser totalmente conscientes de aquella.