Argentina, 1985 es una producción basada en la historia real de los fiscales Julio Strassera, Luis Moreno Ocampo y su equipo jurídico, quienes estuvieron a cargo de uno de los juicios más importantes del país. Escrita por el también director Santiago Mitre (La Patota, La Cordillera) y Mariano Llinás (Historias extraordinarias, La Flor), el largometraje es la narración de un proceso histórico argentino capaz de cuestionarnos ahora como sociedad.
Primero, el filme se centra en la vida de Strassera, interpretado por Ricardo Darín (Nueve Reinas, El Secreto de sus Ojos). El actor nos muestra a un personaje que tuvo que hacerse cargo de un acontecimiento que ponía a nuestro país como defensor de los derechos humanos. En la interpretación de Darín podemos ver ese miedo por convertirse en el “héroe de la patria” que exigían los años 80. Un Darín/Strassera que, a pesar de estar firme a sus convicciones, el temor y la presión tocaban la puerta de su oficina. Y junto a Darín tenemos a un Peter Lanzani (El Clan, Un gallo para Esculapio) comprometido con su papel de ayudante de Strassera: un Moreno Ocampo dispuesto a cambiar la historia argentina, para ir en contra de los considerados “fachos”.
En Argentina tenemos muy presente la crudeza con la que ocurrió la última dictadura militar y este largometraje logró crear un balance entre dicha característica y los momentos de humor. Con este equilibrio podemos digerir la violencia y la injusticia de aquella época, tomar un poco de aire y seguir oyendo los testimonios de las víctimas del régimen. Es un sube y baja, donde por momentos se te sale una carcajada y, en otros, unas lágrimas de indignación recorren tus mejillas.
Si bien la obra dura 140 minutos, el trabajo en el guion facilitó que no se notara dicha extensión. Asimismo, esos altibajos provocan que, aunque el público sepa cuál es el final, estemos expectantes durante las escenas. Sumado a eso, el suspenso ocasionado por el contexto sociopolítico que se desarrollaba: la primavera de la democracia había llegado al gobierno, pero la presión de los militares estaba presente en cada decisión dentro de las oficinas de Tribunales.
La película es la posibilidad de construir una memoria colectiva. Y para que eso ocurra, hubo un guion bien elaborado y una escenografía capaz de hacernos viajar a una Capital Federal de 1985, al ritmo de los Abuelos de la Nada y Fito Páez. Cuando ingresamos a los asientos del tribunal, vemos a los personajes de Videla, Massera, Viola; y tenemos esa misma sensación de impotencia y esperanza por aquellos héroes/hombres comunes en forma de fiscales. Y un punto a favor -y gran recurso- fue la combinación con el material de archivo. Estos, lejos de rozar lo excesivo, aparecen en el momento indicado para aportar a la historia.
Como se dijo anteriormente, la familia era funcional al fiscal protagonista. ¿Por qué? Porque fueron un acompañamiento en todo el camino hacia el juicio final. Su esposa -en la piel de Alejandra Flechner– y sus hijos estaban al lado de su padre y marido en esos momentos de duda y temor por el qué pasará: ¿condenarán a los 9 miembros de la junta militar? Y con esto, el director se hizo cargo de que se trata de una ficción y no una biografía de Julio Strassera. Lo exquisito de poder hacer ficción es esa libertad para construir personajes que funcionen a los protagonistas, y así, que la narrativa del filme fluya.
Es muy complejo describir con palabras lo que genera el filme, y mucho más, lo que significa para el pueblo argentino. Esto es por la carga histórica que vemos en cada escena. Esta ficción es esa oportunidad para formar una memoria en conjunto para no cometer los mismos errores del pasado, y también para cuestionarnos qué es lo que pasa hoy y dejar atrás aquellos discursos que generan más violencia. Argentina, 1985 respeta nuestra historia y es poder seguir construyendo una democracia más justa, sin violencia, y en igualdad para toda la sociedad.