Los asesinos del presidente
Las películas sobre presidentes, Washington y la Casa Blanca son para la industria del cine de Estados Unidos una tradición regular, como armar el arbolito de Navidad cada año. Muchos indicios señalan que, para el público norteamericano, deben ser como cantar el himno nacional en un acto escolar, o durante un feriado: avivan un sentimiento compartido de pertenencia, confraternidad y valor. También parecen funcionar como un termómetro de cierto humor social dentro de esa superpotencia.
Los creadores de estos filmes tratan de poner en imágenes, y tal vez hacer una catarsis colectiva con ellas, las pesadillas del ciudadano común respecto a la política exterior de los EE.UU., un tema muy sensible para ellos desde siempre por las guerras libradas en el extranjero, y desde el año 2001 también por la acción de grupos terroristas dentro de sus fronteras. Largometrajes como Avión presidencial, En la línea de fuego, Días de furia, son sólo algunos de los que previamente exploraron las posibilidades de una crisis política y militar semejante.
Ataque a la Casa Blanca, lamentablemente, es una versión no muy feliz de la costumbre recién mencionada. Pese a su muy buen director Antoine Fuqua, es una producción sin el ángel necesario para capturar en alta frecuencia el interés.
Uno de sus puntos más flacos es el de los efectos especiales. Una película de acción estadounidense del siglo 21 no puede poner helicópteros de combate que parecen stickers pegados por un niño sobre una fotografía de la Casa Blanca.
Otra sintonía errada es la del argumento. El relato comienza con un claro intento de manipulación: la mujer del presidente muere en dudosas condiciones, después de un accidente automovilístico. La intención, obviamente, es poner al espectador de parte del mandatario, tal vez porque su imagen pública no es demasiado amigable. Pero no es lo más reprobable en términos cinematográficos. Posteriormente, un grupo de terroristas coreanos del norte atacan el edificio emblema de la democracia norteamericana, con el político número uno dentro. Y aquí aparece otra falencia más. Ataque a la Casa Blanca parece una película de hace cinco o 10 años atrás. Es lenta (sí, aunque sea de acción) para la norma de los días que corren.
La única manera de sacar con vida de ahí al presidente y a los demás rehenes, y no ceder a las extorsiones del enemigo, es confiar en un miembro de la seguridad del líder que ha conseguido infiltrarse en el edificio. La figura del héroe sigue intacta, y en el actor Gerard Butler encuentra a un buen continuador de la tarea realizada anteriormente por hombres como Harrison Ford o Clint Eastwood.