Aterrados

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Tres vectores paranormales

El cine argentino de terror ha venido disfrutando de un crecimiento exponencial a lo largo de los últimos años, producto del apoyo de los festivales internacionales, de un sutil incremento del volumen de los espectadores a nivel latinoamericano y finalmente del arte de porfiar cortesía de los directores locales especializados en el género, verdaderos héroes en lo que respecta a un emprendedurismo que en una economía y un sistema político en permanente crisis continúan dando lucha para viabilizar los proyectos. Todo este panorama trae aparejadas dos conclusiones: la primera está vinculada al hecho de que el desarrollo cuantitativo no ha sido acompañado del todo por una mejora cualitativa general, y la segunda tiene que ver con la necesidad fundamental de profundizar esta vertiente ya que permite diversificar una oferta artística y una industria autóctona demasiado homogéneas.

Como si se tratase de una prima lejana y de bajo presupuesto de la reciente No Dormirás (2018), Aterrados (2017) es también una exploración en el campo de lo sobrenatural pero en esta oportunidad sustituyendo la arquitectura símil giallo de entorno cerrado de aquella por un andamiaje que le debe más a las “dimensiones paralelas” de la corriente paranormal norteamericana, esa que va desde Poltergeist (1982) a La Noche del Demonio (Insidious, 2010), que a las casas embrujadas de clásicos como The Innocents (1961), The Haunting (1963) y The Legend of Hell House (1973). En este muy interesante opus escrito y dirigido por Demián Rugna también se siente la influencia del J-Horror de la década previa, en sintonía con Ringu (1998) y Ju-on (2002), aunque por suerte reemplazando los motivos más asépticos del subgénero con una buena dosis de gore y una angustia insólitamente cerebral.

Gran parte del encanto del film viene por el lado de que adquiere la forma de un relato colectivo sin un único protagonista absoluto. La primera mitad del metraje está orientada a describir tres vectores narrativos: una noche Juan (Agustín Rittano) ve cómo su esposa Clara (Natalia Señorales) levita en el baño golpeándose salvajemente contra las paredes, asimismo Walter (Demián Salomón), el morador de la vivienda contigua, percibe que una presencia humanoide lo acosa de manera constante, y finalmente a la vecina de enfrente de ambos, Alicia (Julieta Vallina), se le muere atropellado su pequeño hijo. Para colmo de males Clara y Walter desaparecen sin dejar rastros y el que sí regresa es el nene de Alicia, pero en formato “zombie petrificado”. El asunto pronto deriva en lo que ocurre en la segunda parte del convite, con el ex novio de Alicia, el Comisario Funes (Maxi Ghione), encabezando una especie de investigación supraterrenal a la par del forense Mario Jano (Norberto Gonzalo), su amigo, y dos colegas de este último, la Doctora Mora Álvarez (Elvira Onetto) y el Doctor Rosentock (George Lewis), un estadounidense que vino a la Argentina para encerrarse con los otros tres durante una noche en las residencias malditas.

Rugna administra con mano maestra la tensión y consigue buenas interpretaciones de todo el elenco, dos elementos muy raros dentro del cine argentino en general y no sólo en el terror: los chispazos de violencia espectral están bien dosificados y sobre todo los diálogos se sienten naturales, sin la perorata explicativa del mainstream yanqui ni las declamaciones de impronta teatral de muchas películas de nuestro país, a lo que se agrega que los actores ofrecen en serio un trabajo parejo, construyendo un coro en el que nadie descuella aunque todos colaboran en pos de lograr que la obra camine más amparada en el desarrollo de personajes que en los clichés de los sustos cronometrados, las caras de espanto o alguna que otra sobreactuación al paso. En este sentido, la acumulación de incógnitas del primer acto se condice con el aprovechamiento de los espacios cerrados del segundo capítulo y un prodigioso diseño de las criaturas del averno. Desde ya que Aterrados no es muy original que digamos, no obstante ello no siempre es crucial en ninguno de los géneros más añejos del cine porque aquí lo primordial es la ejecución concreta de los arquetipos retóricos… y es precisamente en ese campo en el que se destaca la sutil y eficaz realización de Rugna.