Lituania no es un país que uno relacione automáticamente al cine, pero el film de Kristina Buozyte tiene peso cinematográfico propio y escenas difíciles de olvidar.
La película de 2012 que recién encuentra su estreno en nuestro país, propone desde el minuto cero una premisa simple: un experimento de transferencias neuronales entre un hombre común y una mujer en coma. Arriesgada y cerebral, la película recuerda la manera en que la ciencia ficción se mostraba entre los sesentas y setentas (Kubrick, Tarkovsky), aprovechando en su totalidad la ventana del widescreen y subrayando el melodrama desde su solemnidad aséptica.
Asi, el viaje psicosexual del hombre encontrará en el deseo de la mujer en coma una conexión que los haga sentir algo, aunque sean cosas muy distintas. Mientras el hombre parece manifestar su conflicto a través del sexo (el film comienza mostrando la falta de deseo en su matrimonio) la mujer parece buscar otra cosa, un cierre. El hombre desata su primitivismo, la mujer el dolor.
Las Lyncheanas secuencias de ensueño/alucinógenas dentro de la psiquis de los protagonistas recuerdan a una casa de espejos rotantes que resulta una manifestación del (mal) estado mental de sus ocupantes.
Estos motivos visuales son a veces obvios en su simbolismo (el mar) pero Buotzyte también utiliza imágenes que invitan a una segunda lectura, y que por su mezcla de belleza y repulsión nos exponen suficiente incomodidad para evocar estados emocionales nacidos en los traumas de esta pareja que navegando en sus recuerdos buscan el eterno resplandor.