Después de trece años, James Cameron entrega su prometida secuela de la película que revolucionó el 3D, quizás la que más sentido le dio. Pero así como aquella, no hablamos de películas que son eso, espectáculos para la pantalla grande y poco más: James Cameron es ante todo un gran narrador de historias, clásico, pero también un virtuoso de la imagen y aquí vuelve a sorprender con una película que en imágenes virtuosas supera a su antecesora.
El mundo de Pandora se nos fue desarrollado a través de una bella historia de orígenes y adaptación como lo fue Avatar. Para su secuela, Cameron redobla la apuesta: con un mismo interés temático y una historia parecida pero diferente, que no se siente repetitiva pero sí totalmente fiel a esa esencia, el director introduce un mundo que a él lo fascina, el acuático.
En cuanto a la trama, ésta encuentra a sus protagonistas Sully y Ney’tiri felices y conformando una familia con cuatro hijos, siendo una de ellas, Kiri, adoptada (Sigourney Weaver que regresa interpretando a la hija del personaje por el que la conocimos en la entrega anterior). A ellos se les suma un niño humano, Spider, que quedó atrapado en Pandora al haber sido concebido ahí y se siente uno más de esa familia de criaturas azules.
La paz y la calma del lugar se ven invadidos cuando los militares, “la gente del cielo” como los llaman las criaturas del bosque, irrumpen en Pandora mientras el Planeta Tierra termina de degradarse. Como si fuera poco, uno de ellos es Quaritch, avatar del coronel villano deceso que al ser creado con sus memorias busca venganza con el desertado Jake Sully.
Jake Sully se siente antes que todo esposo y padre y como tal quiere proteger a su familia. Es así que decide que se trasladen hasta más allá de los bosques junto a una tribu parecida pero diferente que vive a orillas del agua. A esta altura pasó alrededor de una hora de película que sirve para refrescar datos de la película anterior, presentar el conflicto y enfrentar a protagonista y antagonista. Desde este momento, la película se eleva sobre todo desde lo visual, mostrando a un Cameron fascinado con su mundo acuático y logrando transmitir cada gota de ese amor.
Avatar: El camino del agua, escrita por el director junto a Rick Jaffa y Amanda Silver, nos presenta entonces una nueva subcultura que se rige por los mismos principios de lealtad entre ellos. El desafío para esta familia que llega de afuera es ahora ser aceptados y convertirse en uno más. Una de las pequeñas perlitas que se encuentran acá es el personaje de Kate Winslet, no tanto quizás por el personaje en sí, que queda algo pequeño y desaprovechado, sino por lo que significa el reencuentro entre el director y la actriz tras la emblemática “Titanic”.
Sin contar mucho más de la trama, que depara más sorpresas y personajes, vale la pena decir que a medida que la película avanza nunca deja de fascinar e hipnotizar con sus imágenes. Imágenes espectaculares y creadas de una manera tan precisa que no siempre se pueden distinguir los efectos digitales de los prácticos. El 3D y el HFR le permiten mucho dinamismo y resulta fácil verse inmersa en estos mundos.
Al mismo tiempo, como mencionaba antes, Cameron es un gran narrador. Con un guion de estructura clásica, con buen timing para presentar situaciones o personajes que pronto forma parte de la trama principal, la película siempre resulta atrapante y emocionante, y no es poco para una película de su duración en una época con espectadores cada vez menos acostumbrados a permitirse dejarse llevar por otros mundos sin interrupciones durante tanto tiempo. También tenemos a un director ya en su madurez, totalmente consciente de su talento y de su obra, un maestro indiscutido, y que por lo tanto puede permitirse citarse a sí mismo en más de una ocasión y sin que nunca parezca algo forzado.
Desde la trama, quizás esta secuela no presente mucha novedad y quede un poco por detrás de su predecesora, apostando aún más al sentimentalismo. A nivel visual, en cambio, la supera de manera notable. Obvio que voy a dejar constancia acá de que es una película para ver en sala, en 3D y en HFR, y ni hablar en IMAX si se puede. Eso sería lo ideal. Desde que el 3D irrumpió en las salas pocas películas han demostrado hacer del 3D un personaje más como lo hizo Cameron con su Avatar.
Avatar: El camino del agua es un espectáculo fascinante y es también una historia sobre la familia, el respeto por la naturaleza y la importancia de aprender a convivir entre diferentes culturas. Quizás algún trasfondo, en especial lo relacionado a la denuncia ecológica, resulte algo subrayado, y la lucha entre el bien y el mal no dé lugar a muchos matices. Aun sí estamos ante una película que lo tiene todo: aventura, amor, ciencia ficción, acción… una experiencia alucinante, entretenida y, sobre todo, humana.