El ayer, fue hoy... mañana es ahora
Avatar es un espectáculo, y hay que tomarlo como tal. Visualmente propone ser el futuro del 3D (y, si nos ponemos en vanguardistas, el futuro del cine), en tanto presenta novedades desconocidas para la platea mundial: un tipo de animación de avanzada nunca antes vista. Su carácter innovador aporta prodigiosas dosis de realismo, manteniendo a la audiencia excitada hasta el final (experiencia exacerbada por la calidad de las tres dimensiones y el sonido envolvente).
Jake Sully (Sam Worthington) es un marine parapléjico que reemplazará a su hermano en una misión secreta como infiltrado de los Na’vi, una colonia de extraterrestres que ocupan el planeta Pandora, para obtener un preciado oro valuado en millones de dólares. Cuando Jake comienza a aprender el puro sentido de vida de los Na’vi, sus pensamientos y sentimientos virarán contra los de los terrícolas y sus intereses capitalistas.
Poco y mucho podemos saber acerca del futuro. La paradoja supone un destino para todos compartido, el del caos en los tiempos que vendrán. La culpa no es otra que la del hombre y su codicia. El precio a pagar puede ser altísimo pero, parece, poco importa con tal de tener y conservar un estilo de vida perecedero y derrochero para con la naturaleza. Así, Avatar atraviesa la crítica de una sociedad impulsada por un macguffin estúpido e ineficiente: el poder del dinero.
Narrativamente la película funciona perfecto en un nivel cinematográfico (actual). La primera hora muestra la destreza visual alcanzada por el moderno CGI (computer generated-imagery), sosteniéndose en el devenir natural de los hechos. En el segundo acto, la película alcanza el summum llegando a mostrar una de las mejores escenas de acción jamás filmadas (una sangrienta guerra entre los humanos y la civilización Na’vi). Para los amantes de la ciencia ficción, todo lo contiene: pensamientos filosóficos (dicen que la filosofía es, un poco, sci-fi), altas dosis de fantasía y exploración del espacio sideral. Cameron vuelve al mainstream de Hollywood, a lo grande.
Las performances de los actores son correctas (se lucen Worthington y la morena Zoe Saldana como Neytiri, la heroína de la historia). Queda desaprovechada una Sigourney Weaver deambulando por la pantalla como un insert fashion en revista de fútbol. Su actuación no brilla como sí lo hace la del resto del cast. Por ahí, una lástima. La chica de Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) cumple con su patrón pero sin onda.
De seguro, la película le encantará al público “de acción”. Ese regodeo de los marines en decir frases carentes de contextualización pero fuertes en sátira (“Matémoslos a todos antes de la cena”) promete hacer delirar a quien se preste al juego. Para esta tarea, el largometraje cuenta con el notorio aval de Sthepen Lang (un actor duro de roer que siempre oficia como tal, ejemplos sobran: Jack Bennet en D-Tox (2002), con Sylvester Stallone; Charles Winstead en Enemigos Públicos (Public Enemies, 2009); mismo su Coronel Miles Quaritch en la última de Cameron) quien fomentará el espíritu enaltecedor de los soldados –como de costumbre, carente de neuronas y excedidos en esteroides- bajo el afán de destruir lo-que-venga.
La nueva obra del director de Titanic (1997) y de Terminator 1 y 2 (The Terminator, 1984; Terminator 2: Judgement Day, 1991) posee con una importante (y poderosa) campaña mundial de marketing que ayudará a convertirla en uno de los blockbusters más grandes de la década (colaboran la fórmula ganadora y el hecho de que es una idea grandilocuente para el presente). Marche otro Óscar para James “soy el rey del mundo” Cameron, ¿apostamos?...
Un entretenimiento asegurado. Una larga y absoluta demostración del poderío tecnológico de la raza humana. La oportunidad para ver el futuro, ahora.