La ópera prima de Leonardo D'Antoni tiene como protagonista a una joven colombiana, aspirante a actriz, que trabaja de lo que puede para pagar su alquiler mientras asiste a clases de teatro y castings. Sola, con una madre que ni siquiera la llama por teléfono, cuidando a una señora mayor que pasa a ser casi como de la familia, entabla una relación con un compañero de teatro. Pero inmediatamente se olvida de eso cuando conoce a Lalo, un hombre más grande que ella y productor, exactamente la persona puede ayudarla a convertirse en la actriz que quiere. Y en efecto así sucede, por un tiempo.
Bea comienza así una serie de altibajos. En su afán por convertirse en la actriz que anhela, las cosas parecen salirle bien en un momento y en otro se le ponen en contra. El joven enamorado la deja de lado al descubrir su relación con el productor. El productor la olvida al poco tiempo al punto de eliminarla de su novela (donde interpretaba apenas a la mucama). La señora que era como una abuela para ella también termina yéndose de su vida.
La película, de manera intimista, sigue a su protagonista en ese recorrido por la vida que busca, siempre acompañándola, sin necesidad de someterla a juicios morales. Si bien apela a algunos estereotipos, las reflexiones a las que llegan los estudiantes de teatro al principio de la película terminan delimitando el camino sinuoso que va a realizar luego su protagonista. Una joven que quiere ser conocida y reconocida, a cualquier costa.
Mélanie Delloye (La hija de Ingrid Betancourt, casada con el director de la película, lo que podría hacer todo esto más interesante) en la piel de Bea aporta mucha frescura y simpatía a una película que transita diferentes estadíos, momentos de diversión y placer, y otros de soledad y tristeza. Y es ella la que impregna entonces el relato de todas estas emociones de una manera muy natural.
Aventurera es entonces una pequeña película que más allá de alguna situación trillada y personaje estereotipado, logra representar la superficialidad de un mundo como el del espectáculo, y las eternas discusiones y competencias entre el artista under y el de televisión, masivo. Esto, sin apelar a juicios morales, cosa que podría haber resultado muy fácil, y en su lugar apostar a una reflexión sobre la ambición y hacia los terrenos a donde esto puede llevarnos.