Amor en tiempos de guerra
Aunque ha sido un asunto repetidamente frecuentado por el cine, el drama de la guerra que a comienzos de la década del 90 estalló en la ex Yugoslavia encuentra en el croata Dalibor Matanic una visión diferente y novedosa en Bajo el sol. La integran tres historias de amor que transcurren en una misma zona rural, cerca de la costa dálmata, en tres épocas diferentes -poco antes del estallido del conflicto, cuando éste llega a su fin, en 2001, y más tarde, cuando se ha restablecido la paz-, bajo una mirada que aunque apunta al futuro deja percibir las heridas que ha dejado la terrible contienda y que aún no han cicatrizado.
No se aborda el tema de la guerra sino a través de las consecuencias que ésta ha dejado, tanto en los territorios por donde pasó como en el espíritu de los humanos, en una mezcla de dolor, angustia, culpa, esperanza y redención.
En una decisión que no puede sino calificarse como brillante, el director y guionista confió a la misma dupla de actores -los talentosos Tihana Lazovic y Goran Markovic- los papeles de cada una de las tres parejas, y lo mismo hizo con algunos de los principales personajes secundarios y en cierta medida con los escenarios naturales. Las repeticiones -también de los conflictos- están a la vista. Las guerras, la religión y la política han alimentado el odio que divide a las naciones balcánicas, opina Matanic, y por eso en los tres capítulos de su ficción le opone a la intolerancia lo que juzga su más eficaz antídoto: el amor. Sobre todo el amor limpio de los jóvenes.
Como Ivan y Jelena. Cuando el film comienza, el conflicto heredado y actualizado por cada generación está por abrir un nuevo capítulo, quizás el más sangriento de todos, y la pareja veinteañera ya ha decidido escapar a Zagreb, donde por ahora la presión familiar no será tan intensa y donde la unión de una serbia y un croata no suponga todavía un pecado imperdonable. La violencia, ya anunciada por las tropas que han visto pasar en una jornada aparentemente idílica, anticipará los negros días que están por vivirse.
En el segundo tramo, diez años después, la devastación de la guerra (y el dolor de las pérdidas) ha dejado sus marcas. Natasha y su madre vuelven a lo que quedó de su hogar. Hay mucho que recuperar y hace falta un hombre que se encargue del trabajo más pesado. El que podrá asumirlo es, otra vez, un enemigo. La madre podrá perdonar, pero para la hija, el gentil Ante es, sigue siendo, sobre todo un croata, quizá uno de los que no hace mucho mataron a su hermano. Y si no puede ocultar la tensión que esa presencia masculina le genera, serán los cuerpos los que hablen por sí mismos.
En el tercer relato han pasado otros diez años; la guerra terminó y el que vuelve a su pueblo después de tanta ausencia y con la excusa de una fiesta que allí se celebra es Luka. Si la visita es tan corta que apenas le da el tiempo para una breve visita a sus padres es porque lo aguarda alguna cuenta que ha quedado pendiente del pasado. Es Marija, la muchacha serbia a la que abandonó cuando aún no había nacido el hijo que esperaba de él. El alboroto de la rave quizás intente tapar la voluntad de vivir una nueva vida o de reconstruir la que la guerra interrumpió. Lazovic y Markovic son intérpretes tan notables que saben imponer sutiles diferencias en el dibujo de cada personaje. Supieron conferirle a cada uno una personalidad diferente, un rasgo individual que quizá se hace más visible en la actriz debido al fuerte carácter que el guión proporcionó a los personajes femeninos.
Hay un gran trabajo físico, virtud que comprende también al resto de los actores y del que el realizador, que sigue muy de cerca cada matiz, supo sacar inmejorable provecho. Igual mérito debe reconocerse en el propio Matanic, que sabe diferenciar las atmósferas, el ritmo narrativo y la intensidad dramática de cada una de estas conmovedoras y austeras historias.