Fatalismo para las masas.
El fetiche de los norteamericanos para con los enfermos terminales y/ o los discapacitados se ha colado de una manera por demás lastimosa en el cine, casi siempre bajo el ropaje del exploitation más burdo y con un acento narrativo que pretende ser “descarnado” o “emotivo” según consideremos el campo indie o el mainstream, respectivamente. No cabe la menor duda de que los representantes más funestos del subgénero se aglutinaron uno tras otro durante las últimas décadas, por lo que las pantallas padecieron una andanada de mamarrachos -entre cursis y sádicos- que convencionalmente gozaron del beneplácito de parte de la crítica y la fauna variopinta que “reparte” distintos premios alrededor del globo.
Así como muchos espectadores disfrutan del morbo y la inmadurez crónica desde las que se suele trabajar el tópico, el espectro abarcado es muy amplio e incluye bodrios como Forrest Gump (1994), Gummo (1997), Una Mente Brillante (A Beautiful Mind, 2001), Mi Nombre es Sam (I Am Sam, 2001) y la lamentable Preciosa (Precious, 2009), por mencionar sólo un puñado de ejemplos circunstanciales. Hollywood y aledaños han perfeccionado una fórmula que se rige por el cóctel del folletín, léase melodrama decadente, algo de comedia y una pizca de aventuras que por nuestros días se traduce en periplos de “superación personal”. En suma, las lágrimas le ganan a las risas sin que éstas desaparezcan del todo.
Curiosamente uno de los “padres” del movimiento en su versión posmoderna es uno de los opus menos revisitados en la actualidad: con el transcurso de los años, Love Story (1970) se convirtió en un mojón ineludible de las propuestas románticas llevadas al extremo. La presente Bajo la Misma Estrella (The Fault in Our Stars, 2014) es un rip-off sincero de aquella pequeña odisea, tan adictiva como melosa, centrada en dos amantes marcados por la tragedia. Hoy la obra que nos compete también resulta eficaz aunque vale aclarar que la “sorpresa” de la llegada de la parca constituye en esta oportunidad la premisa fundamental, ya que la pareja de turno se conoce en un “grupo de apoyo” para pacientes oncológicos.
Si bien la película no consigue otorgarle nueva vida a los estereotipos lacrimógenos de siempre, por lo menos sabe dosificarlos/ administrarlos con relativa solvencia y hasta ofrece un devenir ameno que le devuelve la dignidad al fatalismo pasteurizado para las masas. Más allá de “cambios esperables” como la reducción de la edad de los personajes principales para captar a los adolescentes y esos típicos soliloquios metadiscursivos del tipo “vamos a esquivar el cliché cayendo en el cliché”, el director Josh Boone mantiene la lucidez y exprime inteligentemente la química entre Shailene Woodley y Ansel Elgort con vistas a enfatizar el amor de los protagonistas y el destino irremediable que les aguarda…