Cada vez que pensamos en películas que tratan el tema del cáncer nos encontramos con la figura paterna (en su gran mayoría, claro) o materna, pero es imposible de pensar presentar a chicos o adolescentes con esta enfermedad sin que se nos encoja el alma. Tal vez porque en el fondo todos queremos negarnos que pasa pero la verdad es que de muchos ejemplos que he visto (y lo digo recordando la impecable 50/50) esta logra capturar algo de luz que no vi en las demás.
Bajo la misma estrella es la historia de Hazel, una chica con cáncer de tiroides que se expande al pulmón desde sus 11 años que se siente a sí misma como una granada a punto de estallar y reventar a todos a su alrededor. Su peor miedo no es morir, porque sabe que llegará dado el pronóstico que tiene, su peor miedo es que sus padres y sus afectos no puedan seguir con su vida después de que ella no esté.
Hazel es una chica inteligente, crítica y que sabe su lugar en el mundo. En su deseo de que salga de su encierro, su madre la lleva a un grupo de apoyo para adolescentes con cáncer en orden de que compartir experiencias la saque un poco de su naturaleza ermitaña. En este grupo Hazel conoce a Gus, un ex atleta con un cáncer de huesos que se obsesiona con ser recordado, con que su paso por el mundo no haya sido lo mismo que nada.
Estos dos chicos juntos van a hacerle frente a su destino fatídico pero sin perder las ansias de experimentar el amor, la ilusión, las risas. Porque después de una vida en hospitales, entre doctores y tubos de oxígeno, se merecen tener un gusto de lo bueno de la vida antes de dejarla.
No soy fan de Shaileene Woodley (que interpreta a Hazel) sobre todo después de haberla visto en Divergente, pero la verdad es que logra tener esa alma y mirada entre incrédula e irónica que consigue mucha empatía con el espectador. Ansel Egort (que interpreta a Gus y a quien tampoco quiero mucho después de ver en Carrie) funciona como contraparte de Hazel en el sentido de que aparece como un adolescente no del todo consciente de las consecuencias de su enfermedad, que se cae a pedazos lentamente. Me resultaron sumamente queribles los personajes sin esperar serlo.
Por otro lado, Willhem Dafoe interpreta a un autor que no puede salir de su dolor y, si bien se presenta como el villano, honestamente no llegás a odiarlo. Creo que logra transmitir un dolor no dicho, imposible de expresar que termina causando un efecto más humanizador que muchos recursos a los que se podría haber apelado.
Josh Boone, en esta, la segunda película que dirige después de “Stuck in love”, nos da ese ambiente cálido y soñador por la lógica de que todos sabemos que el fin está cerca, pero no por eso mientras estamos, no tenemos que bailar.
Tremendamente tierna. Y tengan todos los pañuelitos a mano.