Guste o no, las películas de Los Bañeros forman parte de la cultura popular argentina. No son obras maestras, nunca pretendieron alcanzar esa estatura, pero sí fueron hechas con el fin de divertir, y muchas veces lograron su cometido. Los Bañeros más Locos del Mundo, en 1987, alegró a una generación post dictadura, de la mano de los protagonistas Emilio Disi, Berugo Carámbula, Alberto Fernández de Rosa y Gino Renni. La fórmula era sencilla: Mar del Plata como lugar de acción, antihéroes simpáticos, humor que mezcla gags físicos y chistes tontos pero efectivos (para entretener a los niños), figuras femeninas de interesante silueta (para cautivar a los padres), cameos de celebridades de la época, los delirios de Paolo El Roquero, un tiburón de goma… Bañeros 2: La Playa Loca seguía el mismo camino, esta vez con Disi y Guillermo Francella. Dos películas hijas de su época, con cierto encanto, que también servían para hacer una venta de la ciudad turística.
En 2006, apelando a la nostalgia que generaron aquellos films (hoy se sostienen como placeres culpables), y con el propósito de atraer a un público nuevo, los responsables apostaron por un tercer film. Bañeros 3: Todopoderosos reunió a Disi con Pablo Granados, Pachu Peña y Freddy Villarreal. Pese al éxito económico, fue evidente que la vieja ecuación había quedado obsoleta en el siglo XXI. Sin embargo, hoy tenemos Bañeros 4: Los Rompeolas.
En esta oportunidad, el grupo de perdedores entrañables debe evitar que el balneario y el Aquarium (el parque marino marplatense) sean demolidos por un villano que pretende construir allí un megacasino. Como Emilio y los suyos no son precisamente unos genios, se producirán situaciones de pretendida comicidad. Todo es una acumulación de anacronismos, desde los pasos de comedia -que incluyen participaciones de animales del Aquarium- hasta la puesta en escena. En estas películas, el guión no suele emular al de El Ciudadano, por ejemplo, pero aquí tampoco hay jamás intenciones de darle una forma apenas coherente. Por el lado de los efectos especiales de explosiones, están hechos por computadora, pero no son precisamente de la mejor calidad.
Granados, Peña y Villarreal tienen química, pero nunca están a la altura de los bañeros originales y sus recursos para hacer reír son algo arcaicos. El director Rodolfo Ledo, además, desaprovecha a Fátima Florez (si bien hace tres de sus acostumbradas imitaciones, la cámara se limita a enfocarle los pechos) y a Gladis Florimonte, en un pequeño rol que daba para un poco más. Disi demuestra que su sola presencia puede sacar sonrisas, pero ya no alcanza. Paolo aparece una vez, y apenas dos minutos.
Bañeros 4: Los Rompeolas carece de la magia de antaño. No se sostiene en 2014 y, al contrario que los dos primeros films de la saga, tampoco será festejado en el futuro como consumo irónico ni como elemento de nostalgia de la juventud. Por otro lado, es una señal de que incluso los productos pasatistas necesitan una mirada novedosa, acorde con el mundo actual. La producción independiente 2 Locos en Mar del Plata, de Pablo Marini y Matías Lojo, homenajeaba a Los Bañeros, pero con una impronta más fresca y delirante. Y es esa la posible dirección que deberían tomar estos films para que, al menos, puedan surgir nuevos placeres culpables del cine argentino.